En la zona socialista del gobierno existe una notable brecha política. Por un lado, los que sospechan que enfrentarse a Podemos supondría coste electoral, además de poner en riesgo los gobiernos autonómicos que se sostienen por la coalición. Del otro, los que querrían un viraje más conservador para facilitar un acuerdo con Ciudadanos y con el partido popular, porque sin Podemos los presupuestos no podrían salir sin el concurso de dos partidos de la derecha.
Preparando el terreno negociador, la vicepresidenta Calvo ya ha lanzado el globo, de atención a Podemos, afirmando que lo importante es que salgan los presupuestos. Inevitablemente estaría apuntando a la gran coalición porque un acuerdo con los partidos que dieron la investidura, sin Podemos, aun sumando los diputados de Ciudadanos y los 4 del PDECAT, (ahora con los de JuntsxCat), no bastaría para aprobar los presupuestos. El PP debería abstenerse, y nada hace pensar que esto se diera porque, si fuera así y se pactara unos presupuestos demasiados conservadores, Unidas Podemos podría abandonar el ejecutivo, y un gobierno monocolor reforzaría las opciones de la oposición de ganar las próximas elecciones. Una entrada de Ciudadanos en el gobierno sería el suicidio político de Sánchez.
En ese dilema de alianzas los presidentes autonómicos socialistas mesetarios, anti podemitas, estarían frotándose las manos porque creen que ese nuevo perfil podría beneficiarles electoralmente. No quieren darse cuenta de que, así las cosas, solo una mayoría absoluta les permitiría seguir en sus presidencias regionales y esa, a la vista de la crisis sostenida, sería tremendamente improbable. Pero es que además, un giro a la derecha echaría por tierra la recuperación electoral del PSC, incrementándose el independentismo, y crearía inmediatamente graves problemas en los gobiernos de Ximo Puig y Francina Armengol, tan necesitados de trabajar sin fisuras.
Los presupuestos tienen que salir, sin duda, pero tienen que ser coherentes con las ideologías que están detrás de los partidos coaligados. Aunque, eso sí, buscando el acuerdo social con las fuerzas económicas que mueven la sociedad; que no tienen nada que ver con los intereses ideológicos de los partidos que dicen representarlas.
Tanto los de Podemos como los socialistas, estén conformados con la actual coalición porque se sienten legitimados por el resultado electoral y, también, porque experimentan la dureza de una oposición extremista e intransigente que, solo por tactismo, ahora pretende pasar por dialogante y colaboradora.
Ni Ciudadanos es de centro ni mucho el PP porque en política, y ya llevamos décadas de experiencia, se ha visto que se pueden mudar las formas sin tocar los contenidos. Eso solo se da cuando un partido desaparece para crear otro con distinto ideario. Es lo que hizo Convergència al transformarse en el PEDECAT, pasó a ser independentista; y eso, sin duda, fue un cambio sustancial.
¿Dejará Ciudadanos de ser un partido jacobino y asumir el Concierto vasco, y la Foralidad de Navarra, y, por ideario de igualdad territorial, plantear una reforma federal para el Estado? ¿Dejará el partido popular de centrarse en esa parte del artículo 2 de la Constitución, sobre la indisoluble unidad de la nación española, para hacer suyo que en España conviven nacionalidades y regiones y, por ende, en algunas regiones se comparte la nacionalidad española con otra propia y específica?
Con el instrumento de los presupuestos el gobierno puede acertar con una estabilización social y una vía de solución para Catalunya. Si no lo hace, será el Estado el que habrá vuelto a fracasar.