En estos tiempos de estupidez, de cinismo político, y de argumentarios y noticias falsas con voluntad de engañar, me viene a la memoria Chicago; la película del musical, y el personaje protagonizado por Richard Gere, al abogado manipulador que engaña a unos y otros para seguir sumando en su cuenta de beneficios. Usa la mentira con descaro mientras los medios las difunden sabiendo que son noticias falsas porque, ¿quién puede negarse a un buen titular? Tira de los hilos de las marionetas en las que se ha convertido el sistema y el tiovivo gira, y gira sin parar. Al final, las dos asesinas, interpretadas por Renée Zellweger y Catherine Z-Jones, son declaradas no culpables y el sistema ha triunfado: ¡la verdad ha resplandecido! Todo es una comedia, todo es un juego, repite una y otra vez.
Señoras y señores, la función ha terminado, debe de sentir el intrépido y temerario Boris Johnson, el trabajo está hecho. Ya puede meter en la estantería el atavismo ñoño de hombretón llevando en brazos a su perro casi mini, para enternecimiento de viejecitas nostálgicas de un purismo británico ya inexistente. Lo volverá a sacar a pasear cuando necesite revertirse otra vez de perfumes rancios, mientras, se pondrá el mono de trabajo o, quizás, de exterminador duro e inflexible del viejo pero honorable parlamentarismo. Del fair play y las buenas formas, para imponer trágalas ideológicas como su gran mentor, el arrogante y déspota, señor Trump.
Ha ganado las elecciones con mayoría absolutísima en el conjunto del Reino Unido. En Inglaterra por goleada, pero perdiendo en Escocia y, con menos rotundidad, en Irlanda del Norte y en Gales. El sesgo territorial es significativo. La europeísta Escocia volverá al camino de la autodeterminación y, en Irlanda del Norte, donde puede reproducirse la división y el odio ideológico entre unionistas y republicanos de la unificación con Irlanda, se ven los nubarrones del pasado. Ante la negativa de Johnson al nuevo referéndum, Escocia tendrá que emprender un camino judicial con una perspectiva de años, observada de cerca por el independentismo catalán. Y el vasco. Y lo que pueda suceder en Irlanda del Norte marcará el futuro de las relaciones que el Reino Unido vaya a establecer con sus vecinos europeos. Lo de Crimea y Ucrania, y Rusia se va a quedar en anécdota.
Difícil aventurar el alcance real de estas elecciones en el Reino Unido, más allá de la evidencia de que brexit será una realidad y de que habrán certezas en los mercados y que, a uno y al otro lado del Canal, por fin sabremos a qué atenernos y podremos serenar nuestro futuro.
A los británicos no sabemos cómo les irá, pero a los ingleses mejor. Porque esa guerra es de los ingleses, de la campiña y ganaderías ineficientes, allí estuvo lo de las “vacas locas”, de los barrios marginales y de los afectados por aquella reconversión minera e industrial del Thatcherismo que el neoliberalismo no ha podido absorber.
A decir de los analistas sobre el terreno, los votantes del brexit sabían que su Primer Ministro mentía o que exageraba, forma de dulcificar una falsedad pero, aun así, le votaron porque el laborismo capitaneado por ese metalúrgico de libro, Corbyn, más parecía una pantomima de syriza, que una alternativa política capaz de recoser las heridas de un brexit interminable.
Con el Reino Unido fuera de la Unión Trump tiene vía libre para intentar el abrazo a la antigua metrópoli y culminar la profecía. De Gaulle se oponía tozudamente a que los británicos entraran en la, entonces, Comunidad Económica Europa porque temía que los americanos, la potencia vencedora y omnipresente en el mundo, tuvieran en Europa su portaaviones continental.