Una vez que los electores han apartado de la política a Albert Rivera, ahora le tocará el turno a Manuel Valls. No por falta de calidad de Estado, como en el caso de Rivera, sino porque está en un país que políticamente no comprende a pesar de sus arraigos familiares.
Rodeado, en España, por la aureola de ser un hombre de altura de miras, avalado por la responsabilidad política que demostró al facilitar el gobierno de Colau en Barcelona, Valls se está mostrando como un bluf más; incapaz de revisar sus obsesiones de jacobino empedernido e inflexible, según me ha dado a entender ante una salida federal, corre el riesgo de perderse en el laberinto de la derecha, voceada desde el púlpito de Aznar.
Conociendo algunos de sus antecedentes como político me temo que al final el paso de Valls por la política española no valga más que para enturbiar aún más el patio y lejos de facilitar una solución política en la gran cuestión nacional, Catalunya, solo sirva para enredar haciendo perder tiempo y demorando un acuerdo que habría de ser sólido y de largo recorrido.
En Francia le conocen bien. He estado esta semana en París, en casa de un matrimonio amigo. Reputado analista, experto en estrategia y seguridad internacional y especialista en temas de Asia y con más de una docena de libros, me ha comentado algunas cuestiones sobre Manuel Valls. A parte de desmentir sus supuestos orígenes humildes, el ex primer ministro, ha sido un buen escalador en la cadena social de su partido y lo ha hecho mudando de opinión al son de sus conveniencias inmediatas, casualmente en coincidencia con la opinión de sus parejas sentimentales.
Cuando estuvo casado con Nathalie, pedagoga y madre de sus cuatro hijos, Valls era abiertamente pro palestino. En su etapa como alcalde de la ciudad de Evry, el arranque de su fulgurante carrera política, recibía a toda pompa, y concediendo subvenciones importantes, a la entonces delegada de OLP en Europa, Leïla Shahid. Tras el divorcio, con su segunda esposa, la violinista de origen judío Anne Gravoin, Valls se transformó en ferviente defensor del estado de Israel.
Recién casado con Susana Gallardo, la ex propietaria de Pro Novias y heredera de laboratorios Almirall, es decir la alta burguesía catalana, cuya mayor mérito social es haber demostrado que en el 1-O, el día del ilegal referéndum sobre el futuro de Catalunya, se podía votar varias veces con lo que los dos millones de votos independentistas eran un montaje (desmentido por la contundencia en las elecciones del 155, el 21-D), Valls ha entrado en el establishment.
Esta vez, Valls no ha tenido que dar la vuelta de calcetín en sus creencias. Como jacobinista de la Grandeur, ha podido pasar con facilidad al nacionalismo jacobino de la Una y Grande, dando la batalla primero en Ciudadanos, perdiendo por la incapacidad de Rivera de ver más allá de su visceralidad, y pronto, lo intentará en la nueva formación que se plantea como un Ciudadano bis. Se estrellará también si pretende aplicar en España el autoritarismo y la uniformidad territorial como desean los nostálgicos, de Vox, del PP o de Ciudadanos y demasiados en el PSOE, olvidando que las minorías políticas en las Cortes, son mayorías en sus respectivos territorios.
Aquí estamos contentos de que los españoles lo hayáis recuperado, me decía Frédéric, el analista de geo estrategia al que me refería. El que suscribe espera, aunque no confía, que el señor Valls reflexione y escuche a su alrededor y, como se dice en argot, toque país en lugar de pretender forzar la realidad sociopolítica a su ideología y conveniencia social.