La religión como asignatura en la escuela es un anacronismo cultural por ser una materia acientífica que divulga creencias, y no verdades. De modo que tenerla en el currículo de materias de enseñanza no solo hace un flaco favor a la calidad educativa sino que, además por el solo hecho de tener presencia, se reviste de credibilidad como si se tratara de una rama del saber.
Hoy, como en su origen, la idea de religión es un instrumento cultural de adiestramiento y moldeado ideológico que sigue tratando de imponerse socialmente con el pretexto de que constituye el garante de continuidad histórica de las sociedades y, para las comunidades inmigrantes, porque contribuye especialmente a consolidar el nexo cultural y social propios, afirmando los vínculos identitarios con las nacionalidades de origen y constituyendo, además, eficaces arietes contra su integración en los países receptores, impidiendo la conformación de sociedades mestizas.
Por mucho que se insista en el mejor de los casos en que no es una asignatura obligatoria y, por tanto, que no se impone más que a los suyos, eligen los padres para adoctrinar a sus hijos, visto que ya no pueden justificar sus verdades eternas, los defensores de las religiones tratan de hacer valer su argumentario de que siendo la religión parte del acervo cultural debe de tener su espacio en el sistema educativo, abundando en la confusión esencialista, pretendiendo que las religiones constituyen una fuente de conocimiento comparable a la filosofía.
Hasta ahora hemos tenido que transigir con la asignatura de religión, porque así lo estableció la Constitución en sus zonas de sombra, por mor de la herencia de los Concordatos que nos dejó Franco cuya figura, por cierto, se está lavando socialmente, entre otras, por la indigna propaganda que se está emitiendo ahora mismo por televisión, anunciado una serie documental sobre el franquismo en la que el dictador se presenta como un estadista de altura.
Siguiendo con el hilo argumental, mi amigo, el conseller d’Educació, se equivoca al pasarse de progre equidistante incorporando igualdad de trato de la religión islámica en la escuela. Para empezar, tengo serias dudas sobre la honestidad racional de las religiones y, en especial, de aquellas que implican obediencia a creencias en algunos aspectos aberrantes con la inteligencia y el sentido común. Diría que la prueba del algodón de la verdad de las religiones, si hay algo de verdadero, está en medir la distancia conceptual entre creencias, prácticas y sentido de inteligencia, sin olvidar, el grado de sumisión y de crítica que aceptan. Seguro que todos percibimos una notable diferencia entre las tres religiones del tronco de Abraham (judaísmo, cristianismo e islam) y de estas respecto a otras, que dejan amplio margen para la autonomía espiritual, como el budismo y el sintoísmo.
La igualdad en la enseñanza no está en añadir opciones confesionales al monopolio católico, separando aún más a los alumnos según su origen cultural, sino en sacar la religión de las aulas.
La alternativa tampoco es ignorar la fenomenología religiosa, que dejaría a los alumnos sin criterio sobre esto, sino incorporar una crítica de la filosofía de las religiones y desde la visión racional de la creencia: una consideración laica del mundo religioso o una aproximación de las religiones desde la cultura del laicismo.
El sistema educativo debe, en esa dirección, incorporar la historia y filosofía de las religiones en sus currículos porque la enseñanza religiosa no puede cederse a cada una de las confesiones que contienen sus propios resortes contra su crítica y evolución, para asegurarse su pervivencia.
Ver también:
https://xaviercassanyes.com/?s=TIENEN+UN+PROBLEMA