En estas dos semanas de agosto hay movimientos pero parece que Pedro Sánchez está tan lejos de ser reelegido presidente como antes. Como continuación de la primera fase de la investidura fallida, los dos partidos mayoritarios acarician incrédulos que por un exceso de personalismos, de responsabilidad dirán unos o de empecinamiento personal otros, puedan volverse a repetir las elecciones con el único propósito de ver quien araña más votos en una y otra franja ideológica.
Quizás los asesores de Sánchez se aferren a que en la repetición de 2016 el partido del gobierno aumentó en número de escaños en el Congreso, de 123 a 137 y en el Senado de 124 a 130, entonces el PP representada a la derecha dura, diríamos que sumaba a los de Vox. Ciudadanos perdió 8 escaños en el Congreso y continuó sin representación en el Senado. Y al PSOE no le fue mejor, pasó de 90 a 85 diputados en la repetición electoral y, en el Senado, de 47 a 43 senadores.
Aquella repetición electoral no esclareció el abanico político y solo sirvió para consolidar la mayoría del PP y, ante el riesgo de unas terceras elecciones, sumir al PSOE en su mayor crisis en la historia reciente. Su abstención, facilitando la investidura de Rajoy, estuvo a punto de hacer saltar el modelo territorial del partido socialista con el riesgo de la ruptura con el PSC. Ahora, en que se pide que el PP devuelva el favor de aquella abstención, los de Casado toman buena nota de aquello, y saben que abstenerse cuestionaría el liderazgo de Casado, salvado por los pelos al haber conseguido la presidencia y la alcaldía de Madrid.
En aquellas negociaciones de 2015, Pedro Sánchez se equivocó al priorizar un acuerdo con Ciudadanos pidiendo a Podemos que se adhiriera a la fiesta.
El líder de Ciudadanos contesta a las críticas reforzando su Ejecutiva con incondicionales de su persona como encerrándose en un búnker inexpugnable. Es un líder tránsfuga en ideología. Ganó sus primero escaños nacionales como socialdemócrata y renovador y, estas últimas, como neoliberal y profundamente anti-socialdemócrata (que eso es el PSOE); nunca ha sido de fiar. Albert Rivera es el jefe de un partido trampa captando votos de centro pero pacta con el PP más duro de su historia y con VOX, el partido del franquismo renovado. Sorprendió, hace años, con esa sobre actuación que tiene mucho de impostura infantil pero, con el tiempo, comprobamos que más bien se trataba de una pose para hacerse imagen, influencer deseado, y virar hacia el mejor postor.
El error de cálculo del Sánchez de entonces, cuestionado en su partido, llevando al límite a Podemos, le costó al País seguir con el gobierno de Rajoy y continuar con el bloqueo a una solución viable para Catalunya; fue el arranque del Procés con la resolución del Parlament el 6 de octubre de 2016, instando al Govern de la Generalitat a celebrar un referéndum vinculante sobre la independencia de Catalunya. Torpemente alentado por las declaraciones de Soraya de Santamaría, en diciembre de ese mismo año, cerrándose a cualquier negociación que incluyera un reconocimiento identitario para Catalunya; acabando con toda posibilidad de un acuerdo factible que empezara a coser heridas.
La última encuesta electoral, publicada el lunes en La Razón, valida la tesis de este artículo: Una repetición electoral solo beneficiaría al PP y al PSOE, solo en teoría, porque perdiendo 200.000 votos, según la encuesta, seguiría necesitando un acuerdo con Podemos y los independentistas. Y, además, acabaría con su mayoría en el Senado que volvería a los partidos de la derecha inmovilista, bloqueándose cualquier reforma constitucional que, entre otras, debería dar un cauce de solución a la crisis catalana.
Como insistía en mi última columna, puede que los equipos negociadores que alentaron las ponzoñas ya estén quemados para restañar las heridas. Y alguien debiera de alertar que no es bonito excitar a las quintas columnas para socavar a quien necesariamente es tu aliado.
Los ultimátum no son prácticos ni en la guerra ni en la paz.