Decepcionantes estas semanas de desacuerdos, de declaraciones tendenciosas y tóxicas. Todo queda para septiembre y con la necesidad emocional de cerrar heridas y superar los desencuentros pasados. Habrá que superar torpezas de unos y otros perdiéndose en la autoestima y bucear en las coincidencias y las oportunidades futuras, en la confianza que aparezca la inteligencia vestida de rojo, o de amarillo, pero pragmática y eficiente al cabo, y perdonarse los excesos de sinceridad.
Ojalá la soberbia no se adueñe de los despachos para que los consocios ideológicos trabajen sin pasarse factura por el pasado. Si se tratara de un cliente nuestro, le diríamos que conformar un acuerdo tiene todo de liderazgo, gestión de equipos y negociación y resolución de conflictos y, ante todo, que hay que focalizarse en el bien común. Le aconsejaríamos al Presidente altura de miras y que se cambiaran los equipos negociadores.
Y que, si se quiere llegar a un acuerdo, se parta desde el inicio pero con un documentos de partida avanzado, porque el camino recorrido debe de servir para no volver sobre los mimos errores y fracasos. Y que para culminar un acuerdo con credibilidad de Estado, es necesario que el gobierno resultante sea sensato, es decir, coherente para afrontar los principales retos de país; un acuerdo viable con Catalunya y afrontar la precariedad laboral y, en el exterior, el brexit duro y la nueva internacional geopolítica.
El partido de Iglesias tiene discrepancias en todo esto y, en algunas, ni siquiera argumentaciones sólidas, consecuencia de no haber tenido responsabilidades de verdad. Y eso es importante porque el nuevo gobierno tiene que llevar el país, no experimentar con él.
Del otro lado, el Presidente debe de comprender la realidad electoral que es más plural y abierta que antes de la crisis, y eso es un activo para la democracia. Y también debe tener presente los temores de Unidas Podemos de ser fagotizados por el PSOE, como lo fuera el PCE por PSOE en el pasado.
En las primeras elecciones en democracia (1979), el PCE, consiguió 23 escaños, con dos millones de votos, mientras que el PSOE con cinco millones y medio de votantes obtuvo 121 escaños. Y tres años más tarde, en 1982, el PSOE conseguía los mágicos 202 diputados, diez millones de votantes, mientras que el PCE tuvo que sonrojarse con 840.000 votos y 4 diputados.
¿Qué había pasado? En medio hubo unas elecciones municipales en los que el PSOE con 4.621.000 votos, por 2.142.000 votantes del PCE, obtuvo 23 alcaldías en capitales de provincia por una del PCE. Y de ciudades importantes, el PCE tuvo 6 por 38 de los socialistas. Eso fue posible por el pacto municipal, por el que el PCE aportó sus votos para que la derecha no se hiciera con más alcaldías. Esa generosidad de país le condenó a desaparecer.
Los resultados electorales posibilitan el acuerdo lógico entre los dos partidos más afines. Iglesias debe asumir que por la ley electoral, Unidas Podemos, con la mitad de votos del partido socialista, solo ha conseguido el 25 por ciento los diputados y eso es lo que puedo aportar para la investidura. Y tiene que tener presente que sus marcas en Catalunya y Galicia, con elecciones a la vista, no podrían soportar el descrédito de la inutilidad de los votos obtenidos el 28 de abril.
Debe de haber investidura en septiembre y antes de la Diada para no dificultar el voto de Esquerra.
Lo otro, que el presidente se adapte a las pretensiones de Casado y Rivera para conseguir una abstención, sería ideológicamente inimaginable y una traición a las bases socialistas y a los votantes.