Los partidos de la gran derecha buscan dar un golpe de mano ideológico a la sociedad española. Con argumentos frentistas y de intolerancia rescatados del pasado, el simplismo de titulares de twitter y soflamas emocionales oportunistas, distorsionantes de la realidad, piensan que construyen su mayoría electoral para las próximas elecciones.
Con la llegada de Casado, el partido popular renunció a convertirse algún día en un partido de centralidad ideológica no solo porque nunca tuvo esa voluntad sino porque, con la llegada de VOX, se ha reafirmado en su afinidad con la ultraderecha;todo ello con la bendición de Aznar empujando en esa dirección.
De Ciudadanos, poco más que añadir a lo dicho en otra de mis columnas. El sanedrín de Rivera permanecerá intocado mientras dé sus votos a quien convenga. Otra cosa será cuando se huelan elecciones. Entonces volverán los viajes al centro, pero quizás ya sea tarde porque Manuel Valls y los críticos de Ciudadanos puedan haber vertebrado un partido liberal de centro y progresista, es decir, pragmático y con visión de futuro con el horizonte puesto en la España real, la Unión Europa y la globalización financiera y política en la que tenemos que movernos.
Y en este panorama, el presidente en funciones tiene que presentarse a la investidura. Y, a propósito, recordar que Pedro Sánchez ganó las elecciones con un discurso fundamentado en el de las primarias, que fue votado por el con más de un sesenta por ciento de los votos de la militancia socialista, y con mensajes potentes, reafirmados en su libro “Manual de resistencia”. Mensajes, unos, de profundidad ideológica como la necesidad y voluntad de trabar un nuevo discurso para la socialdemocracia y con voluntad de liderazgo europeo. Y otros, de índole político y doméstico, como el ineludible reconocimiento de la España plurinacional y la necesaria reforma federal como camino para la resolución del conflicto de Catalunya.
Para la investidura, Pedro Sánchez necesita del concurso de varios grupos parlamentarios, los más numerosos: Unidas Podemos (42 diputados, 7 son del En Catalunya Podem) y Esquerra Republicana (15). Lo segundos, Esquerra, coherentes con la voluntad expresada de superar los desencuentros políticos del pasado, avivados por la irresponsable gestión de Rajoy y la señora Sáenz de Santamaría, ya han manifestado que se abstendrán quedando, pues, por saber el sentido de Podemos el otro gran grupo de la izquierda.
Como es de dominio de público, el escollo está en que el grupo morado condiciona su apoyo parlamentario a que se dé luz verde a un gobierno de coalición. Del lado socialista se argumenta, de inicio, que con la abismal diferencia de escaños de 123 frente a 42 no parece razonable compartir asiento en el Consejo de Ministros. Además, vista la trayectoria de la formación, Podemos y sus discursos encontrados supondrían riesgos de inestabilidad en un gobierno que deberá dar solución al tema catalán, sin duda, mediante una reforma constitucional que podría desatar las cuentas reivindicativas de los podemitas.
¿Podría Unidas Podemos, por ejemplo, aparcar el tema de la definición monárquica del Estado o la exigencia de un referéndum de autodeterminación, como exigen los independentistas? Podemos en el gobierno debería ajustarse a la reforma constitucional de lo posible. Pero como grupo político no podría si no defender ambas posturas si no quiere pagarlo electoralmente en futuro.
A Podemos se conviene ese invento de gobierno de cooperación y asegurarse margen de maniobra para ejercer de oposición.