Al «generalito» se le desmadra la tropa

No es una sublevación porque Albert Rivera tiene el sello bien agarrado, pero es un toque de atención y desasosiego, que algunos pesos pesados de Ciudadanos muestren su preocupación porque la formación naranja sea vista como un partido de derecha dura e intransigente. Y no nos referimos a Manuel Valls, y los demás independientes que se presentaron con las siglas de Ciudadanos al ayuntamiento de Barcelona y que muchos intuimos que son el germen de una nueva formación, sino a personas de peso y con relevancia. Como Luis Garicano, o José Ignacio Delgado, elegido procurador, cabeza de lista de Ciudadanos, para las Cortes de Castilla y León, que se posiciona, claramente, por dar por cerrada la etapa de 32 años de gobierno popular y facilitar la investidura del candidato ganador con 35 procuradores, por 29 del PP y 13 de Ciudadanos, el socialista Luis Tudanca.

Ciudadanos entró en el escenario español con dos banderas de órdago, que ha gestionado desde una oportunista indefinición ideológica; modulando posteriormente su discurso en función de sus cambios estratégicos.

En Catalunya se fundó como socialdemócrata y antinacionalista, en 2005, cuando se trataba de abrirse hueco, entre al pujolismo y el socialismo catalanista, concurriendo a las elecciones autonómicas de 2006. En 2008 se presentó por primera vez a escala estatal, consiguiendo unos pírricos 46.313 votos; en esas, UPyD, obtuvo un diputado con 306.078 votantes. Tras el éxito de representación en las elecciones autonómicas de 2012, blandiendo su anti nacionalismo férreo, por ende nacionalismo español y excluyente, se presentó a las Generales de 2015, con la bandera de su centralismo jacobino, abandonando su federalismo inicial, y con un programa en el que estaba la eliminación del concierto vasco y el régimen foral de navarro. Esta vez con éxito.

Venía de unos buenos resultados en las europeas de 2014, en que fue partido revelación, junto con Podemos, y en las elecciones de navidades de 2015, consiguió 40 diputados, bajando a 32 en la repetición electoral, en 2016. Con esos resultados, Albert Rivera, reforzado como icono de nuevas ideas y modernidad (racionalista, laico y tecnócrata, al estilo del alto funcionariado galo), emprendió el salto para desalojar del trono del centro derecha a un PP acosado por la corrupción, que ha generado en estos decenios.

En 2017, en plena resaca tras las nuevas elecciones catalanas (las del 155) en las que Ciudadanos fue la candidatura más votada, 36 diputados al parlament mejorando los 25 de 2015, se armó ideológicamente para intentar el asalto al electorado popular, renunciando a la socialdemocracia (2017) y extremando, aún más, la tensión con el nacionalismo, ahora convertido en independentismo.

En estas últimas Generales, Ciudadanos aspiró al sorpaso y se quedó cerca, con 57 diputados por 66 del PP, en el Congreso, pero muy lejos en el Senado con solo 4 senadores por 56 del PP. Fracaso refrendado en las europeas del 26M, con circunscripción nacional, en que solo consiguió 4 escaños por 17 del PP, que le dobló en número de votos.

A la vista de este recorrido y sus respuestas electorales, y la entrada de VOX, La conclusión es que el partido de Rivera parece que va a consolidarse como  partido bisagra, sin capacidad de ocupar el espacio del PP que, si sigue con esta dirección ideológica, estará amenazado por un sorpaso de VOX, esa ultraderecha que pretende no serlo buscando estar en pactos de gobierno autonómico y municipal, y que ya ha manifestado que descarta sentarse con Le Pen y con Salvini en la Eurocámara.

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