Hora de regionalismos progresistas

La conformada triple alianza ideológica en el gobierno de Andalucía, con más o menos comodidad de sus consocios, es muestra de la involución política que desde la derecha económica y social está impulsándose para toda España, menos en Euskadi y Catalunya donde esa derecha nacional española no puede aspirar a ser mayoritaria con la excepcionalidad de Ciudadanos que irá a la baja en cuanto se conforme un centro nacionalista no independentista.

Esa triple alianza política aspira a rectificar la historia de estos últimos cuarenta años, de democracia liberal y social, para salvar la España del nacionalismo doctrinario que tanto juego dio a Franco y al arengario de Primo de Rivera y, sembró de demagogia a los gobiernos pre democráticos desde la Restauración monárquica de 1876. Eran gobiernos débiles, de turno, puestos y depuestos por las oligarquías familiares y financieras próximas a la Corte; máximos beneficiarios del proceso industrializador español. Esa cualidad patrimonialista de la derecha doctrinaria española, que estuvo detrás del golpe de Franco, es lo que explica hoy su extrema agresividad contra toda concepción del estado plurinacional. Una España plurinacional y federal rompería el imaginario neoconservador de España como destino histórico nacional, debilitando la posición hegemónica de los poderes fácticos que siguen estando detrás de política española desde la transición, cuando no se tocaron los mecanismos de control efectivo de la sociedad: los poderes económicos, de la seguridad y de la Justicia.

Pero, estos nacionalismos periféricos de España, críticos abiertamente con el proceso de aquel traspaso político, no tienen nada que ver con los laberintos ideológicos de los re-nacionalismos europeos anti-europeístas o secesionismos, xenófobos, de Italia o del norte de Europa, a los que sí podrían aplicarse los temores que expresara Stefan Zweig. El novelista, y pacifista, austríaco se refirió con ejemplar crudeza y exactitud a los nacionalismos fascistas italiano, alemán o bolchevique, que hicieron arder Europa, como el peor de los males y como un veneno para la convivencia. Los describió así por su específico carácter etnocéntrico, y excluyente de todos los que se quedaran fuera de ese imaginario colectivo de raza, y porque el escritor que se suicidó a los 61 años en 1942 en Brasil, cuando creía que el triunfo Nazi era inevitable, había vivido e idealizaba el Imperio Austrohúngaro; bajo el cual pudieron convivir con los mismos derechos nacionalidades y pueblos, con lenguas y religión distintas.

Los nacionalismos que se dan en España, el catalán, el vasco o los partidos de obediencia regional, por el contrario, tienen carácter integrador, tanto en sus territorios como respecto a la totalidad de la entidad nacional de España. Se enfrentan, eso sí, a esa otra realidad nacional española reaccionaria que entiende a España como un ente totalizador. Y asimilador de las realidades nacionales históricas que fueron unidas, por la fuerza de la coacción, a una entidad nacional de España que históricamente, hasta la modernidad, no fue más que la transposición de las instituciones castellanas a la totalidad del territorio español.

Los nacionalismos en España hay que verlos hoy como un vector  progresista, incluso por lo que respecta a la derecha nacionalista o regionalista que por tener un formato social y cultural de corte europeo, al contrario de esas otras derechas nacionales totalizadoras de doctrinario excluyente, han sabido desmarcarse y denunciar los efectos perniciosos de una globalización salvaje, sin controles, que desmantela el tejido económico y social.

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