A medida que se acercan las elecciones aumenta la agresividad de los partidos de la coalición de la gran derecha para desestabilizar al gobierno. Sus argumentos son netamente políticos. No se fundamentan ni en mala gestión ni en inestabilidad económica o social. Se trata de un acoso y derribo tirando de titulares de la actualidad que se acomodan a los eslóganes que se tratan de imponer. Si la noticia es el juicio de los independentistas del Procés, injustamente en prisión preventiva para más de dos centenares de juristas, se amenaza a la España ingenua de que está en riesgo la propia entidad de Estado. Si la cuestión es Venezuela, se busca que Sánchez se posicione con Trump y Bolsonaro, la extrema derecha beligerante, sin importar el riesgo de una confrontación grave, incluso armada, dado que al otro lado están Rusia y China. Y ante medidas sociales, que lejos de asustar en los medios económicos, a la chita, se valoran como convenientes para no ahogar a la población que no experimenta la recuperación, el partido popular y Ciudadanos asustan con que se puede volver a los peores días de la crisis.
Populares y Ciudadanos están trabajando por hacer inamovible este modelo de globalización neoliberal con el propósito de promover un neoliberalismo social y cultural que consolide el estatus quo mundial, mediante el cambio de los valores y de mentalidad. Buscan volver a la polarización que presidió Europa en el periodo de entreguerras, en que los nacionalismos de Estado, que sí tienen poder militar y económico, nada que ver con los nacionalismos catalán o vasco como pretende enmarañar Ciudadanos, fueron capaces de embobar a masas incautas, y frustradas por su propia limitación de expectativas de futuro.
Resulta espeluznante, e irritante, oír las soflamas de Casado, Rivera o Abascal. Con pobreza intelectual pero con indudable capacidad por crear y convencer con inexistentes situaciones y con argumentaciones irracionales carentes de fundamentación. Impulsan falsedades, tergiversan contextos históricos y sociales y se llenan de ideales grandilocuentes con el propósito de seducir prometiendo objetivos destinos ilusorios e imposibles. Al fin y al cabo se trata de llegar a un clímax psicológico en mayo para conseguir el voto. El resto no importa.
Un amigo empresario me decía que alguna vez, en tertulias de café, había espetado que no todos los males del país se podían aducir a eso de vivir por encima de las posibilidades. Que la última crisis no había venido por los currantes sino por la codicia y el choriceo de los ricos. Me comentaba que cuando sus contertulios ya no podían sino admitir esa evidencia, entonces la cosa se cerraba con esa recurrida excusa: es que es la condición humana. Y santas pascuas.
He estado este fin de semana en París para ver la retrospectiva de Joan Miró en le Grand Palais permitiéndoseme, de paso, zambullirme in situ en la problemática de los chalecos amarillos y su contrarréplica los boinas rojas, defensores de la República. No hay buenos ni malos, como en lo del taxi. Hay una problemática social grave provocada por la política neoliberal que los políticos no tienen coraje para afrontar constructivamente.
Si las salidas a las crisis se producen de forma unilateral entonces el país corre el riesgo de entrar en histerización, expresaba Laurent Berger de la Confédération française démocratique du travail (CFDT)
Ante las próximas elecciones, la derecha nacional sí pretende esa polarización extrema, esa histerización, sustituyendo el debate racional por decisiones compulsivas a golpe de impacto emocional.