El gris discurso de la oposición

Últimamente estoy leyendo artículos que coinciden en comparar el tiempo actual con momentos relevantes del pasado, en los que se dieron cambios de paradigma en las relaciones económicas, sociales y políticas de los estados. Cambios, que supusieron saltos cualitativos en el cómo del entender la sociedad, la función de la economía y del progreso, y de las expectativas del futuro.

Tras la II Guerra Mundial las democracias liberales europeas se reinventaron como estados democráticos y sociales, desarrollando el Estado de bienestar con políticas keynesianas orientadas, como última finalidad, al beneficio de la sociedad, el verdadero sentido de la economía como ciencia social. Tanto Adam Smith como Stuart Mill o Locke, clásicos del liberalismo económico, justificaban la ciencia economía por la finalidad de beneficio a la sociedad y en dos componentes sustanciales: mayor producción de bienes y servicios para satisfacer las necesidades del mercado, de la sociedad, y la previsión de instrumentos de redistribución de la riqueza generada.

El consenso de Washington, a finales de la década de los años ochenta del siglo pasado, dio carta de naturaleza a las políticas neoliberales de Reagan y Tacther, impulsando la globalización financiera, y las deslocalizaciones industriales, con la consolidación de políticas económicas de maximización de beneficios, máximo beneficio sin importar los costes, fueran laborales o medioambientales.

En esta década, ante la evidencia del cambio climático y su responsabilidad en las incertidumbres económicas futuras, así como de los desajustes en los mercados laborales propios, la desertización económicas de los países tercermundistas (utilizo el concepto que vuelve a ser representativo) y las migraciones inducidas por el neoliberalismo, obligan a volver a plantear la necesidad de un cambio de paradigma global que vuelva a poner la economía al servicio de la sociedad a la que sirve y no, como ahora, rehén de fondos financieros que se lucran provocando el desplome de las conquistas del Estado de bienestar y la miseria de los países precarios; incapaces de salir de la pobreza sin ayuda.

Esta reflexión, naturalmente, es ajena a cierta política de corto alcance que no quiere ocuparse de estas cuestiones, focalizada en el día a día de la gestión de asuntos que, sin duda son importantes por inmediatos, pero que no puede desgajarse de los temas generales.

En el debate del estado de la Comunitat, la Presidenta defendió su gestión poniendo el acento en que su gobierno había abordado esa materia, del hacia dónde se quiere ir, y tomado medidas concretas en ese cambio de paradigma que la mayoría política comparte y, diría también, la mayoría social de esta Comunidad.

Por primera vez un gobierno balear, lo hace el alemán en el sector energético con el parón nuclear y el decidido impulso a las energías limpias, legisla en esa estrategia. Se propone limitar la entrada de vehículos a motor (Formentera); impulsar iniciativas de movilidad sostenible, apostando por la prolongación del metro su electrificación y la limitación al diésel, y políticas restrictivas respecto el alquiler turístico buscando aminorar los desequilibrios en el mercado y sus graves repercusiones sociales.

Mientras, la máxima preocupación de la oposición es abundar en las lagunas del Govern, que las ha habido, sin que se advierta mayor intención que el rédito electoral. Unos, PP y C´s, fieles seguidores de las directrices nacionales; el PI, a la espera de saber si seguirá la línea que pretendiera Jeroni Albertí de alternativa real o se conformará con el ronroneo de la UM de M.A. Munar.

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