Fuere cual fuere el recorrido que vaya a tener la cuestión del máster, lo sustancial es el mensaje y el modo de hacer política al que apunta el nuevo presidente del partido popular: populismo de lugares comunes, grandilocuentes frases con contenido frentistas y llamamientos a la movilización ideológica, como cuando llama a conectar con esa España de las banderas y los balcones. Con parecida parafernalia agitó Falange la calle en la República.
El discurso de Casado no va por aquellas sendas, sin embargo, su ideario reivindica el pasado de la España del franquismo afirmando que hay que asumir la historia en su totalidad. Se opone a sacar del Valle de los Caídos los restos de Franco y José Antonio, los responsables de la criminal dictadura que secuestró las libertades y condicionó el futuro de dos generaciones, la que sufrió la represión en primera línea y la posterior, del reinado de Juan Carlos; siempre en estado de autocensura y bajo la amenaza de la involución. No se podrá normalizar la convivencia en España mientras se siga homenajeando al fascismo y justificando la Guerra Civil, que eso simboliza el Valle de los Caídos, el mausoleo del faraón.
Pablo Casado no solo se muestra tibio con la herencia franquista, no podría ser de otra manera cuando el PP es refugio político de los hijos ideológicos de la dictadura, sino que repite el mismo discurso totalizador: Una España Nacional, en oposición al reconocimientos de nacionalidades o naciones históricas; preeminencia de la religión católica como guía moral y ética y vuelta a los valores derecha más intransigente. Educación concertada, como recurso para asegurarse la segregación ideológica a la carta. En economía, está por la globalización y el mercado libre, el neoliberalismo, y contra normativas regionales de protección al tejido productivo local y, por supuesto, no se mete con los paraísos fiscales o las ingenierías financieras que hurtan recursos al erario público.
Si el PP del marianismo, de derecha derecha, decía que era el centro derecha, acercándose al electorado de centro, este nuevo PP de Casado dice ser de derechas sin complejos, buscando recuperar a la ultraderecha escindida en Vox, y mantener su electorado con señuelos como la protección familiar y de la natalidad, ni de derechas ni de izquierdas, discurso con resonancias panfletarias alineado con el conservadurismo sociológico.
Pretende, el PP, ser el partido de la institución monárquica con la supuesta intención de que el Rey le reconozca esa lealtad a cambio, quizás, de que no se mueva del discurso que pronunció el 3 de octubre cuando trasladó la imagen, no sabemos ¿cuánto de suyo y cuánto de marcado por el gobierno de Rajoy?, del a por ellos. Aquella alocución, poniendo al mismo nivel el golpe de Tejero, con metralletas, secuestrado el Congreso y, en València, los tanques en la calle, con la declaración unilateral de independencia de Puigdemont que, siendo grave, ilegal y fuera de todo sentido, no estuvo formalizada para producir efectos jurídicos, según se hizo constar en el diario de sesiones del Parlament.
El PP se siente cómodo con una monarquía sin opinión, pero alineada con la peor tradición borbónica, centralización ideológica y con los intereses del Rey implicados con los de la nación. ¿Quiere el PP ser el partido monárquico? Si lo pretende, y el Rey cae en la trampa, la historia ha demostrado que la monarquía no sobrevivirá. Pero si la Corona reasume su función institucional, de símbolo de la unidad de España desde su realidad plurinacional, como fuera con los Reyes Católicos y hasta la caída de las dinastia de los Austria, en 1715, entonces la monarquía tendrá un porqué de cierto valor.