Todas las democracias se construyen sobre espacios simbólicos comunes con los que se identifican la mayoría de sus ciudadanos. Cuantos más, mejor. La Transición ofrece muchos ejemplos de estos esfuerzos de aceptación de símbolos que no eran inicialmente propios pero que se quería que fueran compartidos. Por eso, cuando la derecha llegó al poder, tenía que haber sacado los restos de Franco del Valle de los Caídos: resulta inaceptable que, en un país en el que no quedan rastros legales ni institucionales de la dictadura, su máximo representante siga enterrado con honores en un espacio imposible de encajar en la simbología democrática común.