Desde que por segunda vez, en menos de un año, volviera a ganar las elecciones el PP ha seguido sin dar contenido a la renovación que pretendiera en junio de 2015, cuando se nombró la nueva cúpula de confianza. Con una legislatura convulsa con tensiones dentro del propio partido popular, como la que obligó a dar marcha atrás a la reforma de la ley del aborto; con escándalos sonados como el de las escuchas ilegales a políticos catalanes o las restricciones a las libertades, la ley mordaza aún en vigor, o la desastrosa no política ante la desafección de Catalunya hacia España, origen del avance del independentismo, y a pesar de tener en sus filas sonados casos de corrupción, los electores volvieron a confiar en el gobierno de Rajoy sin necesidad de que el PP modificara en nada su discurso.
El congreso nacional de enero de 2017 fue, así, un plácido paseo, sin ideas que revisar, sin nada que mejorar y sin nuevos horizontes ideológicos que aportar. La renovación iniciada se quedó solo en cambio generacional de portavoces sin que se adivinen nuevos liderazgos que puedan postularse como delfines de futuro. Odres nuevos para ideas avinagradas.
Ante esa pirueta propagandista, cambiar la fachada sin tocar su ideario, el PP se ha visto sorprendido por el ascenso de Ciudadanos como primer partido no independentista en Catalunya, y con aspiraciones de trasladar esa hegemonía a escala nacional. Para ser claros, Ciudadanos no ganó las elecciones catalanes porque lo que se dirimía no era la marca sino la opción independentismo o unionismo, pero sí que ha sido capaz de apropiarse de ese votante popular, menos visceral, que ha valorado que se tenga un proyecto de futuro más a allá del inmovilismo.
En ese sentido, Ciudadanos ha tenido reflejos para capitalizar la desastrosa gestión de Rajoy mostrando firmeza y coherencia en su ideario nacional español. Su claridad le ha permitido aumentar en 11 escaños su representación, 7 a costa del PP. Y en España, sus expectativas le sitúan entre 65 a 70 diputados, ahora tiene 32, a costa también de Populares, y de Podemos. De confirmarse la tendencia, con una futura mayoría parlamentaria de 117 escaños el partido popular seguiría ganando las alecciones, pero con un PSOE con 95 escaños y Ciudadanos con 65, bien podría conformarse un gobierno de coalición de socialistas y liberales, 160 escaños, con el respaldo de los de Colau, el PNV y Coalición-Canaria.
A beneficio del partido popular está, sin embargo, que las próximas elecciones se sitúan en 2019, con tiempo aún para enmendarse la plana y afrontar la nueva, vieja, situación catalana esta vez desde el pragmatismo; abriendo una solución política a lo que siempre ha sido, y sigue siendo, un problema político, ya que hay margen constitucional para dar con esa solución que, por supuesto, pasa por algún tipo de reforma constitucional.
Más allá de coyunturas, el fracaso del PP catalán es un aviso electoral tan serio que ya existe una notable parte del empresariado español que está virando hacia Ciudadanos como partido de vertebración nacional. Como sucediera en 1989, cuando se forzó al Partido Demócrata Popular del democristiano Óscar Alzaga, a entrar en la refundación de Alianza Popular dando origen al Partido Popular. Esta vez, con la bendición de FAES, sería Albert Rivera el adalid de la renovada derecha nacional a costa de dejar al PP con un electorado residual. Solo una decidida apuesta de Rajoy para dar una salida al embrollo catalán podría revertir la situación.