El congreso del PSOE de Andalucía ha compensado el fracaso nacional de Susana Díaz. Ese baño de multitudes que se ha dado en su feudo la ha fortalecido para erigirse en el contrapoder a Pedro Sánchez, consciente de que la España nación de naciones no es bien vista en una región que basa su bienestar en beneficiarse, precisamente, de los dineros que transfieren, además de Madrid, Catalunya, València y Balears, y Euskadi y Navarra en menor grado (por su privilegiado régimen fiscal), comunidades autónomas que podrían entrar en esa categoría de naciones sin estado.
El ala inmovilista del socialismo español, pues, ha sacado pecho gracias al éxito de Díaz en Andalucía y de Puig en Valencia, aunque éste, en una comunidad donde Compromís mantiene hegemonía en la izquierda, no tiene otra que estar más cerca de la España plural que respecta las nacionalidades sin estado, que del mantenimiento del nacionalnacionalismo del estado autonómico. La victoria de Sánchez ha sido dañada por el tono desafiante de la presidenta andaluza que ahora se ve, con el beneplácito del PP y el previsible impulso de Ciudadanos, ante una segunda oportunidad de liderazgo nacional.
Desde el cambio en el PSOE, tras las primeras semanas de desconcierto en quienes daban por hecho el triunfo del continuismo socialista, el éxito de Díaz es la bocanada de oxígeno necesaria para no entrar en una depresión similar a la que experimentaron algunos tras el triunfo de Felipe, en aquel lejano 1982. Los mediáticos han cogido aire para cargar las tintas intentando asfixiar la oportunidad de innovación ideológica que representa Pedro Sánchez. Lo que asusta no es su viraje hacia la izquierda, que siempre podrá ser atemperada por el realismo político y las coyunturas, sino su sincera apuesta ideológica por el federalismo y la España, nación de naciones.
Toda apunta a que volverá una nueva ola re-nacionalista contra los nacionalismos de los antiguos reinos mediterráneos de la Corona de Aragón justificada, en el fondo, por el argumentario secular de siempre. Más le valiere a Su Majestad una sola Cataluña que todas sus tierras de ultramar, le concluyó el Conde Duque de Olivares a su rey Felipe IV, en plena guerra dels Segadors. Y, un siglo más tarde, las innovaciones agrícolas y el despegue industrial, en línea con la revolución industrial que estaba teniendo lugar en Inglaterra y Francia, despertarían la admiración de Jovellanos que se refirió a la laboriosidad y mentalidad innovadora que había percibido en su paso por Catalunya.
Como dice el admirado Luis Racionero, “Concordia Discordia”, Ed. Stella Maris, Barcelona 2016: “El problema no es Catalunya, es Andalucía. El Estado se ha convertido en un mero extractor de recursos, de unas zonas de España a otras, no por solidaridad sino por la necesidad de sostener al régimen socialista creado intencionadamente por el PSOE en Andalucía”.
Y ese es el fondo de la resistencia al estado federal. Que hay regiones que hoy, tal cual, no serían financieramente viables tras una reforma federal rigurosa. Pero esta situación podría cambiar cuando en regiones dependientes como Andalucía, donde se ha urdido una estructura económica en función de intereses ajenos, se desbanque del poder a toda esa golfería que vive de la subvención y el fraude, y se pongan en productividad los importantes recursos económicos y humanos con que cuentan.