Partidos políticos y posverdades.

 

La posverdad, un neologismo que se definiría como “efecto de una mentira con apariencia de verdad, que no se apoya en ninguna realidad, pero que se siente como verdad” explicaría por qué el brexit, con argumentos falsos y fácilmente rebatibles, pudo ganar el referéndum para regocijo de sus impulsores que presumieron de las falsedades que habían vertido en la campaña. De modo similar, Donald Trump es presidente gracias a una campaña hecha a golpes de eslóganes y titulares de tertulias de café, con acusaciones e injurias sin fundamento contra su rival Hillary Clinton y con un programa electoral irracional, por incoherente, al margen de la categoría moral que merezca. Miles de sus votantes latinos se han arrepentido de haberle votado, pero ya es tarde: la contrarreforma sanitaria sigue adelante y las deportaciones de sin papeles arraigados por décadas, con familias y pagando sus impuestos, han comenzado con resultados dramáticos.

Pero la posverdad, no es invento anglosajón, como es obvio. La hemos detectado aquí en innumerables episodios en estos últimos años. Antes de las elecciones catalanas de 2012 los sondeos apuntaban a que Convergencia i Unió, iba a conseguir 72 diputados, la mayoría absoluta del hemiciclo catalán. Tras la difamación de que Artur Mas tenía una cuenta en Suiza, falso como fue demostrado, la mayoría de CiU se quedó en 50 diputados, 12 menos de los que había conseguido en 2010. Al gobierno de Rajoy le faltó tiempo para jactarse de que el partido de Mas había pedido una buena parte de su mayoría, sin querer enterarse que quien recogía los frutos era Esquerra Republicana, un partido radicalmente independentista en contraste con  el soberanismo de Convergència que aún buscaba una salida constitucional a la crisis provocaba por la irresponsable sentencia del Tribunal Constitucional.

En las elecciones de 2015 el gobierno soltó las posverdad de que un militar venezolano había filtrada documentos sobre financiación del chavismo a Podemos. Nada se demostró. Pero el bulo surtió efecto porque los resultados electorales del partido de Pablo Iglesias estuvieron muy por debajo de las expectativas. Más tarde, en la repetición electoral del 26 de junio, el triunfo del brexit, días antes, fue aprovechado para echar teas sobre Podemos confundiendo demagogia con cambio político, haciendo que el miedo a la incertidumbre calara entre una parte del electorado que no fue a votar; mayor abstención que perjudicó a la coalición Podemos Izquierda Unida.

No hace mucho, Biel Company tenía que justificarse de no ser catalanista sino español, como si no fuera posible conciliar ambas realidades. El anticatalanismo en Mallorca, muy estudiado por Josep Melià Pericàs en “La nació dels mallorquins”, fue impulsado por la nobleza mallorquina que supo extender la posverdad de hacer responsable a los banqueros catalanes de las penurias de la pagesia, desviando la atención de que esos préstamos se habían hecho al gobierno de la Isla, ejercido por las familias nobiliarias responsables en último término de la mala administración.

Detrás de la posverdad está, sin duda, la mala voluntad de quienes a falta de razón necesitan intoxicar la opinión pública con mentiras, para desviar la atención de verdades que no les son favorables, pero también está la falta de criterio de quienes se abonan a respuestas simplistas para explicar cuestiones complejas que para entenderse requieren un mínimo esfuerzo intelectual.

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