Un bálsamo de realismo

La presidencia de Trump cambiará significativamente el rumbo del mundo. Casi como el impacto que supuso el final de la Unión Soviética coincidiendo, en el tiempo, con las últimas negociaciones para la liberalización del comercio mundial y el nacimiento de la Organización Mundial de Comercio, el centinela valedor de la globalización.

La diferencia, con aquellos primeros años de la décadas de los noventa del siglo pasado, lo que viene se reviste de paso hacia atrás, de retroceso histórico, de freno en la teórica senda de la supuesta continua evolución de la humanidad. Pero esa visión no tiene porqué ser acertada si se es capaz de mirar por encima de prejuicios y de tópicos y  apreciamos la oportunidad que se nos ofrece para corregir defectos, evidentes, en la marcha de una globalización económica que no está cumpliendo con las expectativas y parabienes sociales con que se publicitó diciéndose que se iba a mejorar el Estado del mundo.

Los analistas de la internacionalización ponen de manifiesto que, tras veinte años de globalización financiera y comercial, sí se han mejorado los índices y las magnitudes macroeconómicas y sociales a nivel global pero a costa del desmantelamiento del tejido industrial y, en buena medida, económico de las sociedades occidentales.

China ha incorporado a millones de campesinos al sector industrial (entre 1980 a 2010 han salido de la pobreza 500 millones de chinos), reduciéndose la tasa de pobreza (ajustada a inflación y poder de compra) del 80 al 10 por ciento y el PIB, que era en 1990 un 83 por ciento más bajo que la media mundial (1.500 dólares frente a 8.800 dólares), ha subido y en  2014 este diferencial negativo se había reducido al 13% (12.600 dólares frente a 14.400 dólares), según datos del Banco Mundial

China se ha beneficiado de la globalización, sin duda, pero actuando con ventaja ya que por su régimen de monopolio y de subsidios encubiertos a las empresas estatales, o privadas fuertemente intervenidas por el estado, compite deslealmente en los mercados globales. La consecuencia ha sido la invasión de productos, empresas y capital chino comprando a empresas occidentales. La bajada espectacular de las cotizaciones de las empresas de bandera occidentales, por el efecto de la crisis financiera, ha supuesto la compra, a precio de saldo, de empresas estratégicas occidentales por parte de capital chino que siendo mayoritariamente intervenidas por el estado chino, cabe afirmar que está en manos de un gobierno con intereses estratégicamente divergentes a los de Occidente.

Las economías desarrolladas, convencionalmente el primer mundo básicamente Estados Unidos y Canadá, Europea, Australia y Japón, se han desmantelado ante la agresividad de la china aunque, ciertamente, las corporaciones financieras y grandes o medianas empresas exportadores occident ales también se hayan beneficiado,no tanto las pequeñas y la masa social que ha engrosado las listas del desempleo, han bajado su nivel salarial o vagan en esa selva laboral de la precariedad y de los trabajos por horas.

La presidencia de Trump parece que pretende dar una respuesta a esta injusta globalización hecha a la medida de los intereses financieras y de las empresas transnacionales pero de espaldas a las economías locales y regionales.

Está muy bien que estemos construyendo el AVE del desierto pero ¿qué retornos supone y qué condicionantes para el futuro? Igual es un negocio ruinoso.

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