El PP, la derecha intransigente de siempre.
Aunque se esfuerce es arrogarse el centrismo reformista, el partido popular sigue fiel a los principios ideológicos de aquella Alianza Popular que fundara Manuel Fraga con los post franquistas posibilistas y los democristianos, que hicieron un buen trabajo fundando UCD el partido instrumental de la Transición, para luego hundirlo y unirse a Alianza Popular, el partido matriz del PP.
Según el señor Fraga, (El País, 19/Julio/1976) se plantean dos grandes cuestiones en el título VIII: «Si se concibe España como una nación que, a través de un Estado formado por la soberanía popular, procede a organizar su territorio; o si concebimos a España -y así se ha expresado ya en esta comisión con palabras que algunos no olvidaremos jamás- como una nación de naciones, un Estado plurinacional. »
AP fue la divisa política de una derecha económica y política que, habiendo estado comprometida con la dictadura, se daba cuenta del final de ciclo político, y que en cenáculos conocidos pactó la reforma política, la Transición, a condición de tener un lugar político en la nueva configuración democrática del Estado.
Aquella Transición, como es bien sabido, se hizo con grandes renuncias bajo amenazas golpistas y presiones de grupos económicos que prosperaron al cobijo del régimen anterior. Tras el 23-F, que a efectos políticos triunfó, se renunció a avanzar hacia la España federal que el Estados de las autonomías había iniciado. Desde entonces se ha incrementado y enquistado la tensión territorial por intereses de los dos partidos hegemónicos. Propiciando, unos y otros, con argumentos demagógicos el enfrentamiento regional para no afrontar la realidad de que España es una estado plurinacional y de que el mal encaje de las naciones periféricas en la estructura del Estado es, y ha sido históricamente, semillero de discordias y duras controversias, incluso violentas, impidiendo que España se proyectara con fuerza en Europa y en el mundo.
Tres de las cuatro grandes formaciones políticas que concurren a estas elecciones están por cambios en la Constitución y por aprovechar esta oportunidad histórica para hacer posible una nueva idea de España, plural e integrada, que dé solución constitucional a los territorios con identidad nacional.
Es indudable que se está a tiempo de reabsorber el soberanismo en Catalunya si se da el paso hacia una nueva concepción de España federal. Pero un gobierno de cambio se reclama, también, para una modernización de las estructuras de la democracia: transparencia, participación, ética del bien común y un modo compartido de hacer política que no ha sido la práctica de un partido popular que se autoproclama de la moderación y del reformismo y que atiza los demonios del miedo al estilo de los dictadores del pasado.
Ese ADN de cambio, desde luego, no está en el partido popular que se llama centrado y que resulta aguachirle desde la derecha más dura y nostálgica a un liberalismo, eso sí, firme partidario de esta globalización de capitales y de libre comercio que precariza los mercados laborales locales y donde medran las tramas de los amigos interesados y la corrupción.
Por lo que nos dicen las encuestas, el próximo 26 de junio podría darse un Congreso de mayoría de centro izquierda, con un aumento significativo del voto por un cambio institucional profundo. Ya se verá si, esta vez, la ley electoral sigue favoreciendo al PP y vuelve a otorgarle mayoría absoluta en el Senado impidiendo la reforma constitucional, como el 20-D. En ese caso, los senadores del PP deberían plantearse si obedecer a su cúpula dirigente o la sociedad que pide cambio, como hicieran las Cortes franquistas en 1976 cuando votaron la Ley para la Reforma Política.
Un cambio de gobierno es la única salida política al enroque ideológico, más que político, que ha impuesto el PP con respecto al independentismo de Catalunya. Una deriva frentista con Catalunya desastrosa, y a la postre inútil, porque o se abre un diálogo constructivo con Catalunya, en la que el gobierno nacional ceda en igual medida que Catalunya, un encaje como Estado federal con singularidades de reconocimiento nacional, o el soberanismo seguirá progresando; los que ahora quieren referéndum, y estarían por quedarse, se pasarán al independentismo y a medio plazo Catalunya se irá.