Lealtades con una sociedad que cambia. Pujol, González, Aznar,

Pujol, defraudador de la hacienda española; González, especulador con movimientos de ida y vuelta en Gas Natural; los Fabra, Camps, … todo lo que se oculta tras Bárcenas y la Gurtel, que se acunó en los mejores tiempos de Aznar ¿serà otro tapado como Pujol?; si se entra en el segundo renglón: EREs fraudulentos en Andalucía, casa Palau en Barcelona, cursos de formación que afectan a sindicatos y patronales por igual, los escándalos mayúsculos de la CEOE (Ferrán) y la reelección del magnate e intocables (por sus relaciones) Arturo Fernández imputado, para seguir presidiendo la patronal madrileña arrojan la foto finish de nuestro país. Me duele, pero me temo es así en un sector de la política y economía que, para nuestra desgracia debió de tomar buena nota de la Marbella de GIL del G.I.L. que supo corromper a los suyos y a los de enfrente. Todo un pueblo, Marbella, votaba democráticamente, al gran seductor y prestidigitador, Jesús Gil, se alineaba con sus prácticas corruptas depredando todo cuánto pudiera ser convertido en dinero, el territorio y el sentido de la propia dignidad: hacía más economía.

Hay muchos que queremos cambiar ese estado de las cosas públicas: en la administración, instituciones civiles como partidos, sindicatos, patronales, universidades, etc.  Ahora que todo se hunde socialmente, y que el rebote de la economía va  a permitir cierta alegría, es hora de coger el toro por los cuernos de la sensatez: seriedad más pragmatismo y consenso.

(Rescript del artículo publicado en UH. 19.07.14)

 

Un Arias resistente, un Rey que quería impulsar un cambio hacia la democracia. Hoy, la lectura es un cambio constitucional para hacer “elevar a la categoría de normal lo que en la calle es normal” decía el recordado Adolfo Suárez que no contó con el entusiasmo de los 7 magníficos (Silva Muñoz, López Rodó, Fernández de la Mora, Fraga Iribarne, Martínez Esteruelas y Thomas de Carranza) fundadores de Alianza Popular, que al final tuvieron una actitud ambigua con la Constitución. Es hora de asumir los liderazgos quien los tenga.

Felipe VI tendrá que hacer gala serenidad y sentido de realidad como demostró su Padre cuando tuvo que hacer frente a aquellas Cortes franquistas, que se negaban a mirar más allá, aferradas a su mayoría política: la España, forzosamente, del 18 de julio. La sociedad española, la clase política de entonces, militantes que arriesgaban su libertad por ejercer de sus ideas, pedía libertades políticas y sindicales, democracia y, en Catalunya y Euskadi, también, autonomía política. La oposición democrática, reunida en Coordinación Democrática, conocida como la Platajunta (fusión de Junta Democrática, del PCE, y Plataforma de Convergencia, promovida por el PSOE ), en uno de sus puntos programáticos, reclamaba el restablecimiento de los estatutos de autonomía de Cataluña y el País Vasco votados en las cortes republicanas.

Juan Carlos I, mucho antes de ser coronado rey, había tomada la decisión de impulsar la Transición política que tenía en la cuestión regional de las dos nacionalidades, y con menor intensidad en Galicia, uno de los dos estribos en los que debía basarse el compromiso político de la nueva monarquía: democracia parlamentaria y reconocimiento de la singularidad de Cataluña y el País Vasco.

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Nadie dudaba que del éxito de la empresa, dependería el futuro de una monarquía que había sido diseñada para la continuidad política. Un hombre joven, de perfil bajo, poco conocido y cercano generacionalmente al rey, sería la mejor apuesta para marca diferencia tras la presidencia de un Arias Navarro, ideológicamente caduco, anclado en el pasado, y con más de sesenta años. Adolfo Suárez, joven de 44 años,  sintonizaba con la España de 1976. Libre de fidelidades, o de clientelas como diríamos hoy, no tenía más compromiso que con el futuro en un marco de convivencia, donde todos se encontraran cómodos: “Gobierno y oposición tienen que construir teniendo presentes sentimientos e intereses, legítimos de todo los sectores, que constituyen el pluralismo de nuestro pueblos”, escribía, años más tarde, al referirse al proceso de la Transición y la cuestión regional.

Tal parece que ahora, que estrenamos un nuevo reinado, la sociedad vuelve a demandar una lectura renovada de la convivencia nacional. Como entonces, el rey se enfrenta al desafío de acertar con sus colaboradores políticos, esta vez, sin el poder ejecutivo de entonces pero, sin duda, con la fuerza de la autoridad de liderazgo social, y en cuanto tal político. No sabemos si habrá sensibilidad y altura de Estado como tuvieron, al final, las Cortes de la Dictadura.

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