En las elecciones al parlamento vasco, probablemente, el partido popular pierda el aval electoral que conquistara desde 1998, un año después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, incrementado en 2001, confirmándose así, por qué los éxitos económicos del expresidente Aznar no tuvieron los réditos electorales esperados: no sólo sería la impopular participación española en la guerra de Irak, y la “catarsis” del 11-M, la causa de la derrota de hace un año, sino también por una cuestión de estilo, talante, errores de procedimiento, en valorar el rol de liderazgo y de funcionalidad de los partidos, del partido popular en este caso, en la comprensión y gestión de la sociedad. Aznar no percibió que mientras estaba fortaleciendo su carisma y convicciones ideológicas, herederas del neoliberalismo de la época Reagan y Thatcher, en los primeros años noventa se estaba produciendo un cambio de ciclo cultural, social, económico a nivel mundial. Lo que conocemos como la tercera revolución industrial: el cambio impuesto porla Sociedaddela Información. Laeclosión de las nuevas tecnologías y el protagonismo de internet, que progresivamente desde 1995, está facilitando, y estimulando, la participación del ciudadano en los procesos de organización, canalización y consumo tradicionales. Sean bienes económicos, o “políticos”, se ha distorsionado el organigrama vertical tradicional para quedar sentenciada una proposición horizontal, donde los niveles intermedios participan en la dinámica global de las instituciones económicas o políticas, civiles, en su organización, tecnología, gestión y dirección.
El cambio, la post-modernidad, como señala Steven Connor (1996,“Cultura post-moderna…”), se manifiesta en la multiplicación de centros de poder y actividad y en la disolución de cualquier narración totalizadora que pretenda gobernar el complejo terreno de actividad y representación social. “Es la decadencia de las autoridades culturales étnicas como Occidente, o estamentarias, las universidades y los centros de autorización del saber”.
La conectivitad de Zapatero, a diferencia del partido popular del Aznar, neonacionalista y neoconservador, y habrá ver qué quiere hacer Rajoy al que cada vez le queda menos tiempo, está en que el presidente español interioriza la virtualidad del cambio como un factor generador que, lejos de suponer interferencias con un discurso previo e inamovible, se incorpora a él como catalizador explorando nuevos caminos de articular la convivencia. No se trata, como en el discurso anterior, de encajar planteamientos ajenos en el cuerpo doctrinario propio, sino de incorporar aspectos nuevos, incluso revulsivos, tecnológicamente revolucionarios si podemos aproximar el símil, para alumbrar nuevos modelos de gobernanza y organización. Es la inmersión en la crisis, en la discontinuidad, para visualizar la entidad de las cuestiones que interfieren en la convivencia.
Pero también en ese discurso “post.moderno, la realidad se estructura, dice Dana Polan ((Southern University, California), en una especie de mecánica combinatoria donde todo está dado de antemano, donde no puede existir otra práctica que la recombinación infinita de piezas fijas de la máquina generativa de ideas”. Se trata en esencia de piezas bien definidas, de situaciones establecidas prácticamente fijas, que deben de ser combinadas de manera que favorezcan los intereses generales del discurso histórico: el bien común, el bien de comunidad. Piezas como los presupuestos de partida y estrategias sólidas que fortalezcan la capacidad del Estado, tanto hacia su articulación interior como a su proyección internacional en la que, como no podría ser de otra manera, tiene que haber coincidencia y cooperación.
Los partidos políticos, todos, en el maduro nuevo ciclo, los primeros estudios sobre la post-modernidad datan de principios de los años ochenta, deben de cambiar radicalmente abandonando doctrinarismos para contextualizar una matriz de valores, esenciales y universales, asumibles desde diferentes procedencias étnicas, religiosas, culturales y nacionales, personalizando idearios y conformando programes electorales, y ofertas de gobierno, que no pretendan ofrecer soluciones determinadas a las cuestiones sino marcos referenciados en valores, en los que puedan caber proyectos concretos muy diferentes. Programas que no sólo habrán de referirse a la política estrictamente nacional, sino que cada vez más deberán entrar en aspectos importantes dela Unión Europea y de política exterior y, muy especialmente, respecto de países de procedencia de una creciente población inmigrante que habría que incorporar a la dinámica política española.
El camino hacia partidos post-modernos, concepto tan exacto como impreciso, habría de desarrollarse a lo largo de una serie de compromisos genéricos, como en su día el consenso acerca del Estado de Bienestar, generalizándose prácticas de buena gobernanza (transparencia, apertura, participación…), políticas ecológicas a nivel doméstico y global, cooperación eficiente hacia el tercer mundo, y, entre otras, estrategias de engarce intracultural con las culturas procedentes de la inmigración.