Hace diez días se producía un golpe de timón democrático en Catalunya. Lo de democrático es importante porque el cambio en el hemisferio político catalán se plasmó por la fuerza de las urnas, en un campaña electoral atípica por encontramos en plena excepcionalidad por la pandemia. Y, aun así, se pudo votar con la normalidad institucional de las otras ocasiones.
Para algunos, las elecciones del 14-F marcaron la vuelta a la normalidad electoral catalana con el regreso del partido socialista a su hegemonía política, mientras otros se centraban en la debacle de Ciudadanos y del partido popular, y en que el ascenso de Vox cerraba la actualización del mapa político español. Como en Andalucía, los cambios de sentido de voto en algunos municipios, y secciones electorales catalanas hacia la ultraderecha, no se explicarían por la ideología predominante en la zona sino, más bien, como un voto de castigo y descontento social; que solo una nueva convocatoria electoral podría aclarar si es algo puntual o de tendencia.
Unas nuevas elecciones en Catalunya, como en la repetición nacional, solo podría beneficiar a la extrema derecha que, esta vez, se vería impulsada por la plataforma mediática conseguida. Y, como sucediera en las nacionales, a costa de la voladura de la centralidad, ahora representada por el partido socialista. Con esta certidumbre, no es probable que los políticos que tienen en su mano el gobierno de la Generalitat lleguen a tal punto de insensatez.
Entre tanto, no sabemos cómo se van a resolver los enroques de los partidos ganadores ni los vetos cruzados de los secundarios necesarios para formar mayorías. Pero podemos aspirar a que los dogmatismos y la inflexibilidad dejen paso al pragmatismo y a la gestión para la recuperación económica y social. La cuestión está en con qué mayorías, si con o sin los de Puigdemont; máxime cuando el expresident, con la retirada de la inmunidad parlamentaria europea, se convierta en el nuevo espolón de inestabilidad.
Parece, casi, inevitable que los de Junts formen parte del nuevo Govern. Tenerlos en la oposición supondría romper con el independentismo de épica frentista. Aunque pactar con ellos solo sería soportable si otras formaciones, sobre todo los de Colau entraran para templar. La CUP no parece que esté en disposición de sujetarse a ningún discurso de gobernabilidad.
Mientras, el día a día tiene su propia agenda, sea por casuísticas como la pandemia y la crisis económica asociada, o sea por dinámicas judiciales como, ahora, el caso del rapero Hasél. La contestación civil, y los disturbios en la calle, en defensa del rapero por su condena y entrada en prisión, por sentencia en aplicación de la ley mordaza (al margen de que merezca, o no, estarlo por otras causas), era del todo previsible. Por lo que no se entiende qué tipo de análisis realizan los asesores del gobierno del Estado, que lejos de anticiparse, alimentan con combustible protestas, algaradas y desestabilización social.
Es del todo preocupante que no se sea capaz de tener visión política más allá del corto plazo. En los círculos asesores del gobierno se vanaglorian del triunfo de Salvador Illa, situando al PSC como primer partido de Catalunya. Pero, ¿dónde está la satisfacción si no va a ser capaz de conformar gobierno?
La cuestión importante siempre, es saber mirar en el medio y largo plazo. Visualizando el futuro que se busca para el país desde el realismo político en toda su extensión; es decir, desde el prisma de la viabilidad. Ni el independentismo es factible por múltiples argumentaciones, la primera, la legalidad propia e internacional; ni seguir con el autonomismo tal cual, porque cuatro quintas partes de la sociedad catalana quiere otro modelo de relación de Catalunya con España.
Y está en la capacidad de la coalición de gobierno aportar y poner soluciones. Habían decidido derogar la ley mordaza. De haberlo hecho, nos hubiéramos ahorrado los costes de la contestación civil actual. El corolario es que para evitar inestabilidades previsibles, cuanto antes se proceda a decidir lo necesario, antes desactivaremos la crisis política que viene.