El debate de la moción de censura ha servido para recomponer el mapa de las mayorías. Ha reafirmado los apoyos al gobierno y ha despejado lo que se mueve en los bancos de la oposición. El PP se ha despegado y ha anunciando que vuelve a sacar a pasear su viaje al Centro. Será la cuarta y, como las anteriores, se estrellará contra su sanedrín, más que conservador, que no abandona el PP porque las maneras de la ultraderecha rechinan demasiado.
En esas, el partido popular anda lanzado a la búsqueda del espacio de centro, como cuando Aznar se llenaba la boca de centralidad para conseguir su mayoría absoluta dando luego, como vimos, cerrojazo a la pluralidad. Los de Casado, en ésa misma senda, buscan ahora la táctica amable de seducir con un discurso centrista y conciliador esperando que los incautos, que se dejan influir por la última noticia que invade los medios, descubran que son del partido popular de toda la vida.
Pienso que el PP convencerá a muchos, si los otros partidos que disputan la centralidad ideológica no son capaces de presentar un ideario potente, y creíble, con que reivindicarse frente a esta nueva maniobra de los conservadores centristas. Porque, en verdad, ¿alguien puede confiar en un PP que tanto le da estar con la extrema derecha como, en un plis plás, cambiar de sentido y encarnar el centro político?
Este giro táctico de los populares, que no estratégico porque un cambio de estrategia requeriría de un congreso extraordinario (con una profunda revisión ideológica y de personas), obliga a moverse a Ciudadanos que ve su espacio político amenazado y con el riesgo de desaparecer como alternativa nacional.
Su vicesecretario general, Carlos Cuadrado lo ha verbalizado como un problema de foco porque no estamos siendo valientes, declaraba hace unas semanas. Si para unos, a tenor de las encuestas que reflejan un estancamiento de la formación, se trata solo de no haber sabido comunicar la actitud colaborativa con el gobierno, para otros, un PP más centrista obliga a Ciudadanos a buscarse en sus raíces de centro izquierda; menos liberales (neoliberales) y más sociales (socialdemócratas). Pero todos, en Ciudadanos, piensan que pueden crecer por la izquierda, sin demasiadas piruetas, buscando a los descontento de Sánchez por cómo está buscando el pacto con los independentistas. Se equivocan.
Fieles a sus errores fundacionales, los de Arrimadas parece que quieren continuar sacralizando su anti nacionalismo fundacional, con la mirada puesta en minimizar los daños que la formación recibirá en las elecciones catalanas del 14 de febrero. La última oleada del GESOP (octubre 2020), predice que los 36 diputados de Ciudadanos en el parlamento catalán se quedarán en 16 o 17. Perdiendo la mitad de los escaños que se irían: al PP, que obtendría 5 o 6 (ahora tiene 4), a Vox, que entraría a la cámara catalana con 6 o 7 diputados, y el resto, votarían a los socialistas que aumentarían su representación de los 17 actuales a 22 o 23 escaños.
Ciudadanos, que fue laminado como partido de gobierno hace un año (pasando de 57 a 10 escaños en el Congreso), tendrá en Catalunya su segundo toque de humildad. Tras las elecciones de diciembre de 2017, Ciudadanos se llenaba la boca de ser el primer partido en el Parlament. No quiso enterarse de que, aquella, no era una lectura realista porque, para cualquier analista, las elecciones del 155 se dirimieron en clave de independentismo o no. Ciudadanos reunió el no pero, a mi modo de ver, para que contribuyera al diálogo no para avivar aún más los fuegos.
Si aspira a poder ser partido de gobierno tendría que abundar en la centralidad, rectificar malas decisiones, como en Madrid, y soltar lastre antinacionalista planteando una reforma federal; por ahí, podría sumar.