Vox, Partido Popular y Ciudadanos comparten una misma visión de España, nacional y homogénea, y están por una interpretación restrictiva del estado autonómico; en las antípodas de lo sería el Estado Federal que muchos vemos como la culminación natural del Estado de las Autonomías. Como en su día el Movimiento Nacional franquista (Ver el pie de página), las tres derechas nacionales han planteado estas elecciones como un ser o no ser de España, una especie de cruzada por España porque, supuestamente, los demás partidos apoyarían la independencia de Catalunya. La falsedad es evidente.
La transcendencia del 28 de abril estriba en que en estas elecciones, como si hubiéramos retrocedido en el túnel tiempo, volvemos a situarnos en los primeros años de la Transición; ahora, empero, el debate es a la inversa: entre avanzar en la profundización de la democracia, tanto en derechos individuales, sociales y la pluralidad de España, como nación de naciones, o volver al estado unitarista y centralizado, y más autoritario.
En estos cuarenta años de democracia, a pesar de las disfunciones de representatividad territorial del Senado, y esa reminiscencia decimonónica de Cámara de segunda lectura que no es más que una tutela de las decisiones del Congreso, el sistema institucional ha funcionado razonablemente bien salvo cuando la ideología política ha pretendido forzar la interpretación de las leyes. Todo lo que ha rodeado al caso del Estatut, origen del conflicto independentista, y reformas a leyes como ley mordaza o la reforma educativa, que el PP impuso, en solitario, sin el apoyo de ningún otro partido.
Vox, partido que se nutre de exmilitares y algunos franquistas reconocidos, invade el espacio electoral del partido popular poniendo al descubierto sus contradicciones internas que con Pablo Casado han estallado. Buscando reforzarse como líder incuestionable, Casado ha laminado de las listas electorales a los sectores más pragmáticos y centrados del partido popular regional, echando por la borda la etiqueta centrista que nunca fue. El PP conseguía votos de un electorado que creyendo votar al centro derecha en realidad dejaba las manos libres a las cúpulas ultraconservadoras. Conservadurismo con mucho de herencia del pasado preconstitucional, con pátina liberal; neoliberal en economía y restrictivo en derechos, con postulados que se comparten, con mayor o menor claridad y sofisticación, con Vox y Ciudadanos.
Los de Vox, en versión más cristalina y burda, buscan derogar la ley de violencia de género; suprimir el estado autonómico; deportar a inmigrantes y, ¡Oh cuestión de alta política! La defensa de los toros. Los del partido popular y Ciudadanos, en la misma onda, dejarían el autonomismo pero para asuntos de folklorismo regional. Ciudadanos, además, eliminaría los derechos históricos de País Vasco y Navarra. Coinciden las tres derechas en estar por una España uniforme y nacional, desde la supremacía castellana como hacedora de la nación, ignorando la realidad plurinacional, las nacionalidades históricas a que se refiere la Constitución.
Ninguno de los tres partidos de la derecha plantearía cargarse el sistema democrático, pero sí podrían, con mayor o menor grado, instaurar reformas de segundo nivel al estilo de la ley mordaza, o una ley electoral restrictiva, regresión en los derechos de la persona y de los colectivos sociales y, aún, más injerencias en el gobierno de la justicia y en los medios de comunicación, como están haciendo Polonia y Hungría; países en el punto de mira de la Unión Europea por sus retrocesos en calidad democrática.
Por su coincidencia ideológica Vox, PP y Ciudadanos, que en Andalucía y Navarra, podrían ya constituirse en un nuevo Movimiento Nacional (los constitucionalistas se llaman), recuerdan a las familias políticas, irreconciliables entre sí, que apoyaban a Franco en aquella pantomima de democracia orgánica.
A la hora de votar estaría bien que tuviéramos en cuenta que los senadores y diputados electos, aunque se presenten como defensores de “lo nostro”, como han hecho siempre votarán a la orden de su presidente nacional.
Nota.- Movimiento Nacional, fundado en 1938, era el nombre del partido único que daba sostén ideológico y velaba por la ortodoxia de la doctrina del Régimen. Creado para unir las familias ideológicas que dieron su apoyo a Franco, en el golpe de estado de 18 de julio de 1936 para asegurarse su liderazgo político tras el final de la Guerra. Franco tenía que desarbolar las tres familias ideológicas: Falange (fundada el 29 de octubre de 1933) fusionada con las Juntas Obreras Nacional Sindicalistas (4 de marzo de 1934), el Carlismo tradicionalista, ultracatólico, y sectores religiosos del Nacional Catolicismo. El Movimiento, que tenía a Franco como Jefe, sería la escuela política del Régimen y suministradora de nombres para altos cargos de la Administración y los gobiernos hasta bien entrada, en la década de 1960, de los tecnócratas y del Opus Dei. Tuvo una evolución populista y, en los últimos años, más ideológica que sus partidos constitutivos. Algunos de sus Secretarios Generales jugaron un papel muy importante en el proceso de Transición: Torcuato Fernández Miranda (1969-74), Fernando Herrero Tejedor, mentor de Adolfo Suárez (1975-76). El Movimiento Nacional dejó de existir por decisión del Consejo de Ministros del uno de abril de 1977, a los 38 años de que Franco dictara el último Parte, declarando el final de la Guerra Civil. (Del libro «La España que Sí puede ser» Ed. Síntesís, Madrid. 2015)