El resultado de las elecciones andaluzas, que deja a PP y a Ciudadanos muy alejados de la posibilidad de gobierno sin la concurrencia de Voz, y la dificultad de un gobierno de Ciudadanos, con la abstención de PSOE y Adelante Andalucía, obligan a un esfuerzo negociador máximo para impedir que Vox imponga los escenarios.
Tanto su candidato a la alcaldía de Barcelona, Manuel Valls, como el presidente del grupo liberal en el Parlamento Europeo (ALDE), Guy Verhofstadt, han mostrado su disconformidad y seria preocupación, el segundo, ante la posibilidad de que Vox tenga la llave o esté en el futuro pacto del gobierno andaluz. De otro lado, todos los analistas coincidimos, en mayor o menor medida, que dada la abultada abstención de las provincias de mayoría electoral socialista, el electorado ha votado por un cambio de color en el Palacio de San Telmo.
Siendo el partido socialista el ganador de las elecciones con diferencia (33 escaños, por 26 escaños del PP y 21 de Ciudadanos), con mayor diferencia que el pavoneado triunfo de Ciudadanos en Catalunya (36 para Ciudadanos por 34 de juntsxCatalunya y 32 de Esquerra), tanto el partido socialista como Podemos no debieran renunciar a implicarse en facilitar el cambio político que los ciudadanos andaluces han votado.
Para el PSOE estas elecciones han supuesto el final de su monopolio en el gobierno de Andalucía y, para Podemos con solo 17 escaños, por debajo de los 20 de 2015, si se sumaran los que obtuvo Izquierda Unida, supone un pésimo resultado ahora que aspiran a participar en un futuro gobierno nacional. Podemos ha recogido el castigo por su pésima gestión en temas capitales, como el sainete del contrato de las corbetas encargadas por gobierno Saudí. Visto los resultados y con la mirada en las municipales, a Podemos le convendría pasar página de titubeos y sentimientos divididos y actuar con pragmatismo y determinación, sabiendo que los intereses se defiende desde las instituciones. Que la calle, solo abona calentones redentoristas y que los desplantes panfletarios ya no se enarbolan desde la izquierda sino desde la ultra derecha que sin haber gobernado puede prometer lo que quiera, sin que nadie le pueda echar en cara ninguna experiencia anterior.
En una democracia avanzada debería caber que un partido que se dice de Centro buscara desmarcarse tanto de la extrema derecha de Vox como de un PP que se aleja del centro derecha que representaba Rajoy para bailar con el extremismo. Ciudadanos debe decidir si quiere reivindicarse ideológicamente buscando a la izquierda para desmarcarse del PP más reaccionario que con Pablo Casado que nada más ganar, con el apoyo de Cospedal en el Congreso Extraordinario de julio de este año, encabezada su discurso con aquel “el PP ha vuelto”. Si el nuevo presidente popular opina que el PP no estaba con Rajoy: el de la ley mordaza, los recortes salvajes y que incendió Catalunya desde 2006 hasta provocar, con su ausencia de política, la eclosión independentista, es que Pablo Casado reivindica el PP de Aznar y Fraga, que lejos de condenar el franquismo lo explican; para buen entendedor, que no lo condenan y hasta, no vaya por dicho por aquello de las posible demandas, lo podrían justificar.
Ciudadanos tiene ante sí la posibilidad de dar un giro estratégico de fuste. Tan potente como cuando renunció a la socialdemocracia. De un plumazo, puede desembarazándose de la etiqueta de partido bisagra y aspirar a ocupar la medular del futuro espacio político. (Publicado en Última hora, el 19/12/2018)