Catalunya la oportunidad de España

La oportunidad de renovar España es Catalunya. El próximo año se presenta políticamente muy duro por el envite del referéndum independentista y por circunstancias externas como el fin del bajo precio del petróleo y la creciente inestabilidad europea, fenómeno Trump incluido. Poco podremos controlar cómo nos afecte la situación internacional, pero sí aprovechar la crisis política interior como oportunidad para regenerar y renovar el País. Herederos de una transición que, entre tantas virtudes, tuvo el defecto de quedarse a medio camino sobre la cuestión de Catalunya, España tiene pendiente su conformación como estado nacional porque, a diferencia de nuestros referentes cercanos, la cualidad de España es que es una nación plurinacional, donde no ha cuajado un ser nacional porque no se ha acertado en una configuración de Estado coherente con su trayectoria y voluntad histórica de Catalunya.

 

De sobras es sabido que España se formó como unidad política con la unión dinástica de los Reyes Católicos, sumando los reinos de Castilla y los cuatros reinos de la Corona de Aragón (corona Aragonum et Catalonie, es nombrada en un texto de 1286) y Navarra, tras una ocupación que acabó en un pacto de respeto a los fueros. Desde entonces, todos los monarcas, al acceder al trono, juraban respetar los fueros de cada uno el los reinos hasta que Felipe V, manu militari, (1715) derogó los regímenes forales en los territorios de la corona aragonesa.

 

A los largo de los siglos se han sucedido reivindicaciones foralistas. El 1760 se entregó a Carlos III un Recepció, un memorándum en que se pedía al rey que no se desplegara la uniformidad administrativa en los territorios de la corona aragonesa. En las Cortes de Cádiz, reseña Piña Homs “que el mandato con el que acudieron a Cádiz –los representantes catalanes– consistía en recobrar los privilegios de que disfrutó Cataluña en el tiempo que ocupó el trono español la augusta Casa de Austria, en defender las medidas económicas proteccionistas para su industria y comercio y en mantener sus instituciones. Durante el reinado de Isabel II, el foralismo se cobijaría en las guerras carlistas y en la I República (1873) ya se planteó abiertamente una España federal.

 

En la Restauración, los parlamentarios catalanes enviaron, al nuevo gobierno de Sagasta, el Memorial de Greuges (1885) pidiendo autonomía política. En las elecciones de 1907, Solidaritat Catalana, que acababa de formarse, consiguió 41 de los 44 escaños por Catalunya: su programa preveía la mancomunidad de las 4 provincias. La Semana Trágica, supuso la destitución de Antonio Maura como presidente de gobierno y, tras Moret, el liberal Canalejas, tomó la responsabilidad de acometer un amplio programa regenerador afrontando, con sentido de Estado, la cuestión catalana. Para que fuera viable la Mancomunitat presentado por Prat de la Riba, elaboró un Proyecto de ley de mancomunidades, aprobado por las Cortes en 1912. Su asesinato evitó que ley pasara al Senado, siendo Eduardo Dato, del partido conservador, quien la validara por decreto, haciendo posible la constitución de la Mancomunitat el 6 de abril de 1914. La Mancomunitat reconcilió a Catalunya con la monarquía pero tras las repetidos incumplimientos del gobierno, que no transfirió competencias que habían sido pactadas, Cambó tomaría la iniciativa de redacción de un proyecto de estatutario (1919).

 

Nos encontramos ante un cierto paralelismo. Rajoy, como hiciera Canalejas y refrendara el conservador Dato, debiera de dar el paso legislativo y facilitar que Catalunya se convirtiera en la primera Comunidad Autónoma de régimen federal.

 

 

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