MATAS

Conocí a Juame Matas poco después de haber perdido la mayoría absoluta que había conseguido Gabriel Cañellas en las elecciones de 1995 y en la que Matas iba en sexta posición, por detrás de Cristòfol Soler, al que Matas sustituyó en junio de 1996. La inesperada derrota en un contexto de bonanza económica internacional y de euforia nacional por la inminente entrada en el euro, y en plena escalada inmobiliaria y alegría gastadora, supuso el primer correctivo importante para un partido popular que no había dejado la presidencia balear desde las primeras elecciones autonómicas, en 1983.

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Le fui a ver a la antigua sede del PP, en la calle Estudi General, donde el único despacho que tenia cola de espera era el de José María Rodríguez. Teniente de alcalde en el consistorio saliente de Joan Fageda y, renovada la mayoría absoluta, teniente de alcalde otra vez en una concejalía del área económica. El poder del eterno hombre fuerte del PP de Palma era evidente. Ya se sabe que la simpatía de los arrimados se acrecienta, o se enfría, según la capacidad para la toma decisiones económicas y de influir en la elaboración de las leyes. Como decía el recordado Josep Tarradellas, el único periódico en que era importante colaborar era el Boletín Oficial del Estado, donde se escriben y se determina el destino de los dineros en los presupuestos generales, versus autonómicos, y toman fuerza coercitiva las leyes. Ahora, también, a través de las decisiones del Tribunal Constitucional convertido en tercera cámara legislativa, de poder omnipotente y sin instancia superior posible salvo revolución, reforma constitucional.

Matas reflexiona y maniobra tras las confesiones de otros imputados en sus causas que complican su estrategia cerrada de defensa. 

Tras su paso por el Ministerio de Medio Ambiente y el fracaso del Plan Hidrológico Nacional que pretendía llevar el agua del Ebro a las urbanizaciones del Levante, rompiendo el maltrecho equilibrio del delta en recesión por su caudal muy ajustado y los nulos sedimentos, fue compensado con la candidatura a las elecciones autonómicas de 2003, que ganó con holgura. Dicen los más allegados que de Madrid vino cambiado, con una perspectiva capitalina y prepotente, quizás se relamía en el deleite de haber colaborado en la Gaceta de Madrid.

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La segunda presidencia de Jaume Matas, la de las megalomanías, fue también de valentías en la toma de decisiones políticas y económicas, polémicas y con suerte desigual. La reforma del estatuto de autonomía, apostando por el insularismo y dotando de mayor contenido a los Consells (que Bauzá pretendía liquidar); las infraestructuras viales (acabando con las insufribles carreteras a Manacor y a Sa Pobla y a Alcúdia); el nuevo hospital de referencia y, sí, también de actuaciones desorbitadas y grandilocuentes propias de una mala lectura de Maquiavelo y su libreto de gobierno ilustrado y personalista.

Matas, siempre bien informado y con contactos de largo alcance, me dijo en agosto de 2012: “Cataluña se va”. Semanas más tarde, tenía lugar la Diada que marcaría el inicio de la deriva soberanista reconvertida ahora en independentista. Político con facetas discordantes, parco en palabras, sabe el expresident dónde apunta al ofrecer un pacto a la Fiscalía para colaborar en las investigaciones en curso. Más de uno debe de estar preocupado.

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