Salir de la Unión Europea.

El triunfo de  UKIP, euroescèpticos que se proponen la salida del Reino Unido de la UE, vuelve a poner en primer plano qué tipo de Unión Europea es posible en el futuro. El sueño federal de su fundación y hasta antes de la crisis? o una Europa de dos o tres velocidades?. De hecho, la Europa del euro ya se ha convertido en un cierto club de «más integración».

El artículo que publiqué el mes pasado cobra, ahora, mayor actualidad. Se trata de trazar bien los itinerarios para evitar que cualquier cambio,  como la hipotética salida de un país miembro, o un cambio en su estatus de asociación, sea vista como una catástrofe ya que, sin mecanismos de salida una alteración como ésa podría conducir a la desintegración del proyecto.

 

Artículo publicado en UH, el 10-Mayo-2014

Tras la caída del muro de Berlín, los estados que formaban parte del Pacto de Varsovia tuvieron que improvisar gobiernos soberanos e independientes y definir su política exterior. A la Unión Europa y a la OTAN se le planteó, entonces, el reto de alentar la ampliación de la Unión Europea, de los doce a los nuevos estados centroeuropeos, aprovechando la oportunidad histórica de desconcierto y debilitamiento institucional de la creada Federación Rusa y la Comunidad de Estados Independientes, recuperando para la geoestrategia europea a la inestable Europa central que, dada su fragilidad institucional, podría desembocar en una cadena de crisis de identidad; y volver a la órbita rusa como está aconteciendo en Ucrania.

Las nuevas democracias centrales veían, a su vez, en la UE, como vimos los españoles en la Transición, que unirse al club democrático garantizaría la pervivencia de sus libertades e instituciones democráticas recién estrenadas.

El resultado es que las sucesivas ampliaciones hacia el Este, guerra de los Balcanes por medio, no han tenido el éxito que se esperaba, entre otras,  porque se incorporaron nuevas economías, mal estructuradas y deficitarias, en una Europa en crisis que tenía que hacer frente a la reunificación alemana, en 2 billones de euros se ha contabilizado su coste, financiada por la propia Alemania pero también por todos los europeos que tuvimos que estrecharnos el cinturón.

El éxito de la ampliación ha sido desigual. A algunos estados les hubiera ido mejor con un mero acuerdo de asociación y, otros, hubieran sorteado mejor la crisis si hubieran podido salirse de la moneda única de manera ordenada y sosegada.

La Europa a la Carta es un  hecho desde la primera ampliación, con la entrada del Reino Unido y su excepcionalidades en aplicación de directivas y en materia financiera, imposibilitando mayores niveles de integración. De Gaulle, que siempre se opuso a la entrada del Reino Unido, decía que era uno más de los Estados Unidos.

El RU amenaza, casi desde su adhesión, con el conflicto institucional que generaría un hipotético referéndum de salida de la Unión, algo no previsto, presionando en una espiral ventajista que no se desactivará hasta que se desdramatice salir de la Unión y del euro. Europa debe de asumir que se está construyendo en varias velocidades y tiene que prever mecanismos de salida. De no hacerlo, Europa seguirá siendo una entelequia, siempre en construcción, perdiendo oportunidades como potencia regional y en crisis permanente.

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