Los rostros de consternación de la cúpula del PP nacional traslucían parálisis e impotencia cuando estalló el asunto de los sobres de Bárcenas y su indemnización millonaria. Tampoco ha sido tranquilizador conocer la situación laboral de Jesús Sepúlveda, cobrando por no hacer nada y la sorpresa de la ministra Mato. Como en el caso de la Infanta Cristina, pocos dudan que no supiera nada de los manejos de su marido.
No creo exagerar, si me refiero a estas semanas como las más negras de nuestra democracia desde la intentona de golpe de estado. Muchos, sin pruebas, tenemos la convicción que han habido componendas en las altas esferas de allí, y de aquí. Y que, en instituciones públicas perviven permisividades que cobijan malas prácticas que benefician a los mismos, gobiernen unos u otros; populares, socialistas o nacionalistas.
Por eso, y a pesar de que pueda tener sustanciales diferencias políticas, mantengo credibilidad en que Bauzá tire de solvencia y, como prometió en la campaña en las elecciones autonómicas, y también cuando tomó las riendas del PP, limpie la casa por dentro, haciendo de la transparencia instrumento para que quienes se estén lucrando a costa del erario público queden desenmascarados y se retiren de la escena política. No son solo los que puedan estar circunstancialmente imputados sino otros muchos, menos sonados, o más listos, que mantienen intereses contrapuestos y que disfrutan de pomada y de crédito social.
La corrupción es difícil de demostrar, con frecuencia se destapa por un empleado vengativo, o por una ex, como el asunto del Oriol Pujol, así que para erradicarla lo mejor es trabar estrategias que la hagan aflorar, impidiendo que quede impune.
Pero la corrupción, presente en todos los partidos políticos que han tocado poder, está también en una elite social que queríamos creer, pensaba y actuaba con valores de responsabilidad social. Ahí están ejemplos como Diaz Ferrán, que desde la CEOE daba lecciones de cinismo exculpándose y responsabilizando a la crisis, y a la mala suerte, de la quiebra fraudulenta de sus empresas o, ahora, Arturo Fernández presidente de la patronal madrileña.
Cuando las cosas se hacen mal, lo mejor es reconocer los errores, ponerse el traje de faena y empezar de nuevo.
(Publicado en ÚLTIMA HORA, 16-Febrero-2013)