La crisis ha roto la autocomplacencia en la que estábamos instalados desde que, tras superar la intentona de golpe de estado de 1981, aceptamos un statu quo de provisionalidad, con objetivos y políticas de corto plazo, por miedo a que reformas institucionales, en aplicación del cambio constitucional, espetaran a nuevas conspiraciones involucionistas.
La recuperación de la normalidad democrática, y la rápida desactivación de los cenáculos golpistas, fue posible porque se paró la dinámica reformista constitucional en el plano social, económico y político, manteniéndose las estructuras de poder del estadio político anterior. En las administraciones y en las grandes empresas públicas, se mantuvieron intactas estructuras, prácticas y amiguismos y, en sus puestos de dirección, personas vinculadas y muchas comprometidas con el régimen anterior.
En el plano político, el pase a la reserva activa, generosamente dotada, de la cúpula militar ideológicamente franquista y una completa revisión restrictiva del naciente estado autonómico acabaron con el “golpismo”, facilitando la reconversión ideológica del tardofranquismo que, desde varias opciones políticas, se asentó en el poder autonómico de nuevo cuño.
El estado autonómico implementado para dar respuesta a la voluntad de autogobierno de Cataluña y el País Vasco, sociedades políticamente maduras a finales de los setenta, supuso transformar el estado centralizado en el estado de las autonomías como estadio previo al estado federal, dado que entonces la miopía ideológica identificaba federalismo con separatismo impidiendo plantear un estado federal al estilo alemán, que ya era nuestro referente político.
Ahora, la decepción de cómo han funcionado las autonomías no puede aducirse al diseño del estado autonómico, sino a esa transición inacabada que impidió un estado federal, con haciendas regionales ajustada a sus ingresos, que hubiera evitado que unas regiones drenaran los recursos de otras, y que todas se contagiaran del afán por el gasto, impelidas por la abundancia en que nadaban aquellas regiones receptoras netas. Los Länder alemanes son un buen ejemplo de cómo se organiza un país.
Publicado en ÚLTIMA HORA, en 1-09-2012