La decisión de la alcaldesa de ubicar en la zona del Luis Sitjar el futuro recinto ferial de Palma es una pésima decisión. Doblemente porque no reactivaría económicamente la zona, pues un recinto ferial no dinamiza el entorno ya que la actividad comercial complementaria se ubica en su interior sin trascender, más que anecdóticamente, en el exterior colindante. Y, en segundo lugar, y más importante, es un error mayúsculo por cuanto el primer argumento que validaría la ubicación de un recinto de estas características sería que se garantizaran condiciones óptimas de movilidad y conectividad.
En los años sesenta y setenta la moda de la planificación urbanística, el zoning, la zonificación que proponía agrupar en las mismas zonas de la ciudad las actividades de las mismas características, conllevó, en Palma, a la construcción de los polígonos industriales, sacando fuera de la ciudad las actividades insalubres, ruidosas y molestas lo que constituyó un acierto indudable (los polígonos industriales), pero también, nos trajo la zona de los colegios, en Son Rapinya, o el hospital de Son Dureta con los consecuentes colapsos circulatorios, en uno y otro caso, que ni siquiera pudo resolver la vía de cintura, cuando fue terminada a mediados de los noventa, quince años más tarde, siendo claramente insuficiente para una ciudad que había crecido demasiado y que continuaba mal planificada en la década de los ochenta.
Un recinto ferial requiere espacio suficiente y accesibilidad. Y resulta bastante visible que, en términos de usuarios de los recintos feriales, la conectividad tiene que enfocarse hacia los visitantes profesionales que se desplazan principalmente, si nos referimos a ferias con cierta altura y ambición y no a mercados comarcales, por vía aérea; y en transporte privado hasta que se implemente transporte colectivo eficiente, y de calidad en parámetros del usuario de los recintos feriales.
Desde esta óptica es evidente que las ubicaciones idóneas, aunque hubiera que retocar el Plan General de Ordenación Urbana y el Plan Territorial, son las áreas próximas al aeropuerto, como se ha hecho en Madrid o Barcelona, por no hablar de recintos de ferias internacionales; la ubicación del Lluís Sitjar no es “ni céntrica ni accesible” para los usuarios profesionales que son los destinatarios naturales de esta tipología de infraestructura comercial.
En cambio, tiene el polígono del LLuís Sitjar otra posibilidad, mucho más justificable desde el punto de la dinamización económica y social de la barriada: la construcción de un centro comercial y lúdico, con un espacio para centro cultural de referencia, dimensionado para la zona, que si se tuviera la habilidad de engarzarlo e integrarlo en el, infrautilizado, parque de Sa Riera, constituiría un eje de desarrollo económico, armónico y sostenible, de máxima magnitud sí además se tuviera la habilidad de planificarse negociadamente con propietarios y comerciantes de la zona.
Precedentes como el centro comercial de Porto Pí, una operación de éxito basado en comercios de franquicia, coyunturalmente afectada por la aún reciente inauguración de Festival Parc, o el más lejano deLa Vaguada, en Madrid, son ejemplos que tendría que animar a explorar este tipo de iniciativas que se completaría con espacios culturales, biblioteca, un pequeño teatro, eso sí estaría pensado para dinamizar la zona.