La hora del asalto a la pobreza.

 

 

La cumbre de Washintong ha oficializado las bases teóricas de la salida de la crisis. El diagnóstico y las posibles vías de solución que se habían aportado a la opinión pública por multitud de analistas, desde sectores directamente implicados hasta académicos y por observadores ajenos al mundo económico, han sido sistematizados en una relación de tareas que habrán de estructurarse en el inmediato futuro para estar listas para su implementación desde la reunión del próximo marzo.

El procedimiento que se ha seguido, sin duda, es impecable porque se ha reunido en una mesa la inmensa mayoría política, es decir, de los países que cuentan en la política del mundo, junto a la mayoría económica, en sus dos facetas productores y consumidores, sin olvidar la base social ya que se ha estado presente la mayoría, cuantitativa y cualitativa, de la población mundial.

De la enumeración de las medidas aprobadas, algunas de ellas destacan por su trascendencia política a medio plazo. Sin duda, cuando se reclama transparencia y regulación clara, y responsable, de los mercados, se está incidiendo, también, en una mayor transparencia en la toma de decisiones no estrictamente económicas, sino inducidas por intereses de índole político. Es, naturalmente, la apuesta por los mercados abiertos a nivel mundial y la homologación de los sistemas políticos. Es, recordando las opiniones que se vertían en los finales de los años sesenta, en España, cuando los analistas decían que la democracia sería una realidad cuanto más el país se desarrollara económica y socialmente.

De entre las medidas, cuyo desarrollo ya veremos en qué se concretan, destaca también la regulación de los paraísos fiscales al decantarse porque se apliquen medidas que atemperen la distorsión que producen en el sistema financiero, así como en la actividad económica, planteando la necesidad de reglas para prevenir la manipulación y fraude de los mercados, referencia a las banderas, o sedes, de conveniencia. Esto abre un frente ideológico, fundamental, que en las sociedades democráticas avanzadas se resuelve en la medida en que el consumidor orienta los mercados y ratifica la validez del sistema de libre mercado: asegurar que la sociedad disponga de los recursos necesarios, en abundancia y calidad, para su supervivencia.

En el escenario internacional, sin embargo, donde no operan las reglas que se dan en el espacio occidental democrático y de libre mercado, los consumidores no tienen este mecanismo para intervenir, en función de los intereses propios; sólo aquellas economías que cuentan como productores, sea por materias primas o producción industriales de bajo coste, o con liquidez financiera, tienen cierta posibilidad de influir en un mercado global segmentado y condicionado por intereses hegemónicos.

La reunión del este G-20+2 ha equiparado la importancia de los estados, desarrollados y emergentes tradicionales, alterándose el viejo esquema de la relación de dependencia (ahora podríamos referirnos, atendiendo a los déficits en las balanzas de pagos, a deudores y acreedores), de manera que unos y otros estados, están en el camino de avanzar hacia otra tipología de intervención en la economía y política global, más en la línea que se da en los mercados económicos unificados, domésticos, que en las estrategias de repartos neocoloniales. Desde esa visión no son desdeñables las lecciones aprendidas de la historia reciente, y remotas.

Hace poco el profesor de economía aplicada Paul Krugman, en un artículo en El País, hacia referencia a que la recuperación de la crisis del 29 no hubiera tenido la misma espectacularidad sin el impulso que supuso las inversiones en la recuperación de la normalidad social y económica, tras la ruina dela Segundaguerra mundial. De hecho, por otra parte, la historia da sobrados ejemplos que la reconstrucción estimula el crecimiento justificando ese círculo vicioso: destruir para reconstruir, que ha estado funcionando por siglos. Ahora, empero, se exige un salto cualitativo de nivel y es llegada la hora de construir, y extender el progreso donde no existe, y mejorar aquellos sistemas que funcionen defectuosamente.

La recuperación económica puede acelerarse con una política de inversiones mancomundas para incorporar al desarrollo al mundo de la pobreza que es nuestro particular desastre mundial, nuestra ruina.

Nuestra reconstrucción, se llama África y no sólo ese continente sino, también, las bolsas de pobreza en el mundo, de los mismos países emergentes y desarrollados. Sin embargo, atacar con éxito ese desafío dependerá de que demos el salto hacia medidas políticas en el marco global, no cayendo en reproducir esquemas de dependencia económico-política como en la posguerra, la guerra fría, por el contrario abundando en las virtudes de la multipolaridad, y multilateralidad asumida de hecho, que habría de trasladarse en planes de joint-venture, entre estados con intereses afines, con el propósito de negocios con interlocución y beneficio para todas las partes. Los sucesos de Bombay están exigiendo una coordinación mundial hacia un asalto a la pobreza, la ignorancia y el arcaísmo político.

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