3. TERRITORIO TURISTICO: TERRITORIO CONCEPTUAL.
Para caracterizar, específicamente, el territorio turístico conceptual nos serviremos del procedimiento para racionalizar la conformación del espacio, según Lefebvre (1991), cuando lo pauta en tres procesos: las prácticas espaciales, las representaciones del espacio y los espacios de representación. La primera se refiere a las formas en que generamos, utilizamos y percibimos el espacio, y tiene que ver con los procesos de sedimentación; la forma en que la experiencia ha identificado el espacio concreto. Estas prácticas espaciales están asociadas con las experiencias de la vida cotidiana y las memorias colectivas respecto a formas de vida diferentes, más personales e íntimas actuando de potencial de resistencia de cara a la invasión de nuevos espacios concretos, de procedencia o influencia exógena.
El segundo, las representaciones del espacio se refieren a los espacios concebidos y derivados de una lógica particular y de saberes técnicos y racionales, un espacio conceptualizado, el espacio de científicos, urbanistas, tecnócratas e ingenieros sociales, (LEFEBVRE,1991: 38, cit SCHNEIDER, 2006: 12). Estos saberes están vinculados con las instituciones de los poderes dominantes y con las representaciones normalizadas generadas por los sistemas y subsistemas de la sociedad, representados por espacios legibles, como por ejemplo en mapas, estadísticas u ofrecimientos del mercado y su presentación publicitaria, en un ejemplo apropiado para el interés de esta comunicación.
En tercer lugar, Lefebvre llama espacios de representación a las resistencias que se levantan contra las representaciones del espacio, descrito en la pauta segunda. De modo que, los espacios de representación que se oponen a la presión de los sistemas y subsistemas, a que se refiere la pauta anterior, son los espacios vividos que representan formas de conocimientos locales y menos formales; son dinámicos, simbólicos, y saturados con significados, construidos y modificados en el transcurso del tiempo por los actores sociales.
La esquematización de este proceso de racionalización del espacio, en las tres pautas descritas, se reconoce en paralelo con el espacio/territorio de nuestra proposición. La primera pauta, el proceso de racionalización espacial y, por tanto de caracterización del espacio, tiene que ver con la generación y proyección de nuestras preferencias, nuestras motivaciones; estará relacionado con la caracterización de ese espacio concebido que llamaremos territorio turístico conceptual. La segunda pauta, las representaciones del espacio, se reconoce en ese sistema de relaciones institucionales, de ofrecimientos y ofertas del mercado que buscará ajustarse a las motivaciones de la persona centro generador del espacio y territorio turístico conceptual. Por último, lo que Lefebvre llama espacios de representación, en el sentido de las resistencias a las representaciones del espacio, aquí las podemos reconocer desde las propias resistencias íntimas, prejuicios o malas informaciones o experiencias anteriores, hasta la irrupción de mercados o nuevos espacios o territorios conceptuales competitivos.
Así pues, el territorio turístico como constructo mental, que tratamos de conceptuar, se explica desde la esquematización funcional de Lefebvre: la motivación o interés turístico genera un expectativa mental que se vislumbra posible en un espacio conceptual; éste, viene delimitado por las relaciones objetivas en ese espacio mediante la oferta de posibilidades de cumplir las expectativas; y finalmente, las resistencias que actúan modulando la acción del viajero se concretan en la síntesis de experiencias pasadas, en el plano interior, y en la vitalidad de las ofertas competidoras, por lo que respecta al plano exterior, en el sentido de la incidencia que éstas tendrán sobre la decisión final del turista en emprender el viaje.
El geógrafo británico Richard Sack (1986), por su parte, propuso definir la territorialidad como el intento por parte de un individuo o grupo de afectar, influenciar, o controlar personas, fenómenos y relaciones, a través de la delimitación y el establecimiento de un control sobre un área geográfica (SACK, 1986: 1, cit DEL CUETO, 2007: 13). Esta definición de territorio implica, de entrada, el despliegue de estrategias y, también, una cierta movilidad ya que, a su vez, un lugar puede ser territorio en un momento dado y en otro no. Añade Sack, los territorios requieren un esfuerzo constante para su establecimiento y mantenimiento, y consecuentemente, son el resultado de estrategias para afectar, influenciar y controlar personas, fenómenos y relaciones (sic).
Si aceptamos esta argumentación, el territorio adquiere sus límites cuando éstos son utilizados para afectar el comportamiento, mediante el “control de acceso” que se realiza por parte de una “autoridad” que demarcaría límites con el fin de modelar, influenciar o controlar actividades. Desde nuestro interés discursivo, en esta comunicación, el control de acceso se traduce, por un lado en el campo de las motivaciones del turista en diseñar su territorio turístico conceptual de elección, aquella tipología de turismo que desea practicar y, desde el otro lado, el control de acceso que se produce cuando las ofertas de tipologías turísticas crean los límites del territorio turístico conceptual capaz de motivar al turista para que se movilice.
No estaría lejos esta visión de la teoría de Sack, cuando se refiere a que en la medida en que la territorialidad humana posee un carácter estratégico, se ubica en el contexto de las motivaciones y objetivos humanos. De modo que este concepto apunta a incluir tanto las perspectivas de los controlados, como de los que ejercen el control en una misma jerarquía de territorialidad; siendo así que la definición formal de territorialidad sugiere tanto el “qué es” como lo que “puede hacerse”. Y desde esta afirmación cabe esquematizar tres líneas de relación que muestran su lógica y efectos significativos.
En primer lugar, la territorialidad debe incluir una forma de clasificación por área, ya que no se define el control por las cosas que controla sino por el área bajo control que incluye cosas. En nuestra particular proposición, de este apartado, eso se traduce porque el territorio conceptual turístico se define por la motivación que moviliza al turista para disfrutar de aquellas cosas que se dan en su marco territorial (conceptual) no solo por aquello que buscaba cuando definió, en un principio, su campo de interés.
En segundo lugar, por definición, la territorialidad debe contener una forma de comunicación (puede incluir una marca o señal, como en un límite, también una persona puede crear un límite al señalar con el dedo). El límite territorial, para Sack, puede ser la única forma simbólica que combina una proposición sobre la dirección en el espacio y una proposición sobre la posesión o la exclusión. En nuestra adaptación, al tema de la comunicación, la forma de comunicación es el lenguaje publicitario; la imagen de marca que se haya generado y que representa y simboliza ese territorio conceptual.
En último lugar, Sack plantea que cada caso de territorialidad debe incluir un intento de reforzar el control sobre el acceso a un área, o a cosas dentro de esa área o a cosas fuera de ella, través de la retención de las que están dentro. También, en esa tercera pauta de definición territorial, se reconoce la identidad territorial aplicada al territorio turístico conceptual que tratamos de identificar. En efecto, la marca de nuestra oferta turística, la singularidad de esa especial oferta trata de mostrarse exclusiva, privativa, identificando y fidelizando a turistas y a mercados.
Lopes de Souza desarrolla la teoría del territorio, como el espacio determinado por y a partir de relaciones de poder que definen un límite y que operan sobre un sustrato referencial (LOPES DE SOUZA 1995, cit SCHNEIDER, 2006: 9) así, el territorio es definido por relaciones sociales, que adoptan tres categorías bien diferenciables: El territorio puede estar relacionado, y queda definido, por la implantación en él de estructuras jurídico-políticas, culturales-simbólicas y económicas. Aquí, desde el punto de la comunicación por la índole del tema que nos ocupa, nos interesa resaltar las dos últimas. En efecto, a la hora de definir un territorio turístico conceptual nos van a afectar las relaciones culturales-simbólicas, eso es, la información y la percepción que llega a quien define, en una relación biyectiva, ese marco territorial conceptual turístico y esa misma realidad territorial desde el punto de la institucionalidad económica, el mercado; la oferta propiamente. Vemos, pues, que la conceptuación de territorio que tiene Lopes de Souza nos sigue permitiendo manejar ese concepto referido a la proposición del discurso que se sigue.
3.1 Territorio conceptual y en malla.
En el trabajo, sobre territorio y globalización que hemos leído, Haesbaert y Limonad (2007) refieren que el territorio puede ser una noción más amplia que lugar y red, pero también confundirse con ellas y, que una red puede ser tanto una forma de expresión/organización del territorio como un elemento constitutivo de él (CASTELLS, M.1987, cit. HAESBAERT-LIMONAD, 2007: 44); y, en un tercer aspecto, que un lugar, en tanto espacio caracterizado por la contigüidad y por eso de co-presencia (inmediatez, desde la intención de nuestro propósito), es una manifestación del territorio, y un lugar donde se privilegian los flujos y las redes que, incluso pueden verse como en contraposición a ellas. (sic). En nuestra opinión este artículo expresa coincidencia en la dirección de la visión conceptual de territorio que pretendemos aplicar al fenómeno turístico. Efectivamente, sugiere que la noción de territorio puede aplicarse a otros ámbitos más allá del físico o el virtual, el campo conceptual; que territorio puede expresarse por su estructura formal, la motivación o el mercado de las distintas tipologías del turismo que se organizan en estructuras reconocibles; y, en tercero, que es un lugar donde se privilegian los flujos y las redes, y, análogamente, en la conceptuación de territorio turístico conceptual, se dan interacciones entre los diversos agentes, sujeto turista, sujetos mercados, condicionantes periféricos y circunstancias ajenas que ejercen determinadas presiones.
Otra definitoria, coincidente con Harvey (1989), expresada por Haesbaert y Limonad (sic) habla de territorios conferenciados por las relaciones políticas, culturales, sociales y económicas, de las esferas locales, regionales, nacionales e internacionales, que se asocian constantemente a dinámicas que implican simultáneamente procesos de desterritorialización y re-territorialización. Sugiriendo que, al mismo tiempo que ciertos actores pierden poder sobre ciertos ámbitos geográficos, otros van construyendo sus espacios de ejercicio de dominio político y económico; de manera que muchas veces se yuxtaponen las prácticas de los distintos actores políticos y/o económicos. Eso implica, también, la desestabilización de anteriores jerarquías escalares, de manera que los territorios, ahora nos referimos a nuestra propuesta conceptual, se definen por una categorización indeterminada que, además, es inestable, mudable y sujeta a múltiples interferencias, provenientes de territorios contiguos de similar escala, de mayor o menor jerarquía o rango.
Haesbaert y Limonad, como otros autores, destacan que tanto el capital -en nuestra comunicación, los definidores del territorio: motivación/mercado-, como las prácticas sociales –estrategias de comunicación-, construyen sus geografías en forma de red…se organizan a través de unos nodos y arcos de transmisión materiales e inmateriales. A través de la red circula información, personas, mensajes y valores (SANTOS, 1996). Pero, la red que rompe con la contigüidad espacial establecida entre lugar de relaciones sociales y espacio físico, lejos de romper con las referencias espaciales se asienta en ellas cuando requiere de una georreferencia que personaliza al sujeto que capitaliza la acción. También, nuestra conceptuación de territorio conceptual comparte con el territorio-red, su no contigüidad espacial, entre el campo de relaciones sociales/motivaciones e interés y el espacio físico, y como en la “red”, se asienta en el espacio físico, lugar, finalmente, donde se produce la satisfacción de la motivación del viaje; donde se concreta la oferta, el mercado.
Otros autores, como Castro, llaman a esto “de res”o territorio–red; en términos gráficos, los territorios continuos podrían ser caracterizados por superficies y los discontinuos por puntos. En los territorios discontinuos los espacios son presentados en diferentes escalas o niveles de análisis. De modo que, un territorio es un conjunto de puntos en red en una escala determinada, donde cada punto representa un “territorio continuo”, con forma y estructura propias y en una escala de una menor dimensión (SCHNEIDER, 2006: 10). Ese territorio virtual, expresado como territorio red en la cita, se asemeja a nuestra proposición de territorio turístico conceptual porqué, como aquél, exige una georreferencia, de ambos centros, emisores y receptores, turistas motivados y ofertas de destinos; y, como los espacios red, cabe comprenderse desde la comprensión de escalas diferentes, nodos y supernodos.
En definitiva, los territorios conceptuales, como los territorios-red, serían discontinuos porque no poseerían contigüidad conceptual, ya que cada categoría o tipología definiría territorios distintos; ni espacial, desde la consideración que el asiento o georreferencia de cada cuál sería espacialmente diversa. Pero, sí que cada territorio conceptual podría ser considerado como “puntos red”, en una escala determinada, donde cada punto representa un territorio continuo, con forma y estructura propias y en una escala de una menor dimensión, mientras que en su conjunto conforma un territorio de mayor escala.
Recopilando esta idea, utilizando el razonamiento de la geógrafa Iná Elias de Castro, los territorios–red (en nuestra proposición, territorios turísticos conceptuales), serían articulaciones entre espacios de diferentes escalas, en que en la escala local está la información factual (el campo de las motivaciones), la valorización de lo vivido, la tendencia a la heterogeneidad, los datos individuales o desagregados, los fenómenos manifiestos; del otro lado, en la escala regional o global, (el mercado) está la información estructurante, la valorización de lo organizado, la tendencia a la homogeneización o la diversificación, los datos agregados, los fenómenos latentes (CASTRO, 1995, cit. HERNÁNDEZ, J., 2007: 5).
Interesante es el punto de vista de Pred (1984) quien sostiene que los lugares nunca se acaban; más bien siempre se trasforman. Lugar es lo que acontece sin cesar, lo que contribuye a la historia en un determinado contexto, a través de la creación y utilización del entorno físico y en similar sentido dice Massey: …en lugar de pensar en lugares como áreas con límites circundantes, se pueden imaginar como momentos articulados en redes de relaciones y afinidades sociales…(CRESSWELL, 2004: 69 cit. LEMOS 2008: 4), siendo, verosímil pensar que la sociedad de la información produce nuevos territorios: territorios informativos que pueden entenderse como áreas en las que el flujo de información en la intersección entre el ciberespacio y el espacio urbano se controla digitalmente. (LEMOS, 2008: 5) Por territorio informativo, Lemos entiende el área de control del flujo (o a ser controlada) de información digital en su intersección con un área física; para nuestro discurso, consideramos territorio turístico conceptual el área de control del flujo de motivaciones/oferta turística en su intersección con los puntos físicos donde esa motivación/oferta se satisface.
En relación a la aplicación del concepto de territorio, André Corboz (2001) sostiene que existen tantas definiciones de territorio como disciplinas vinculadas a él, por lo que, para él, el territorio no es un dato sino que es el resultado de diversos procesos, de manera que el territorio hace las veces de construcción, es, en esta manera un producto. (CORBOZ, 2001: 20, cit DEL CUETO, 2007: 12) Y, esa construcción, que en su presentación en la red electrónica es, sin duda, móvil y puntual, como dice Aharon Kellerman (2006), los individuos llevan consigo sus propios territorios: Esto es patente a través del uso creciente de los teléfonos móviles, portátiles y memorias móviles, que permiten transportar toda la biblioteca, y tener acceso y comunicación inmediatos sin que importe la localización (KELLERMAN 2006: 64, LEMOS: 2008); y, aplicado a nuestra proposición de territorio turístico conceptual, también se dan características de movilidad y puntualidad pues las motivaciones que originan un viaje y las ofertas del mercado son elásticas en función de múltiples variables que se relacionan con las diferentes ubicaciones físicas, tanto de la oferta como de la demanda.
Todo ello nos lleva a la convicción de que es acertado categorizar de territorio, a esa conceptuación y proceso de motivación/mercado para referirnos al campo del desarrollo de la actividad turística. En efecto, las aportaciones de Habermas, al situar la noción de espacio en la zona de la percepción nos permitieron conceptualizar dos planos, el turista que controla con su motivación/elección el territorio, o campo de apetencia, y el mercado, que determina los límites de ese territorio conceptual turístico. La referencia, luego, a Milton Santos nos metía en el proceso y en la funcionalidad, y en la interacción entre la dos partes de la conformación territorial: El sujeto/motivado, el turista, y el mercado/oferta, mostrándose como relaciones biyectivas, de “feedback” donde cabe diferenciar como elementos fijos, los turistas y los lugares de destino, y como flujos, la variabilidad de las estructura que organizan el mercado, todo ello conformando redes territoriales que aparecen como vectores de exclusividad o singularidad, pero también sujetas a la masificación como “el turismo de masas”. Citábamos, también a Castells, que ha descrito profusamente el espacio informacional, y aplicábamos que el territorio turístico conceptual es el momento, el planteamiento temporal, desde que se toma la iniciativa del viaje hasta que concluye en el regreso a la propia residencia.
La racionalización del espacio de Lefebvre y las razones de definición territorial de Sack en que define la territorialidad como lo “qué es” y, también, como lo que “puede hacerse”, anotan la oportunidad de nuestra proposición de un territorio conceptual turístico que puede configurar zonas de progresión, permitiéndonos proyecciones de crecimiento y, por tanto, simulaciones y decisiones de futuro. Los trabajos de Haesbaert y Limonad, por su parte, respecto a que los territorios conferenciados por las relaciones sociales se organizan en red, nodos y arcos, nos ayudan a caracterizar y a describir cómo se comportan esos territorios que, por paralelismo con el plano conceptual, validan, a nuestro entender, la proposición de territorio conceptual turístico. En esa dirección, I.E. de Castro y Lemos, citando a otros también, al referirse a los territorios-red, como puntos discontinuos que conforman, con otros, un territorio de la misma o mayor escala, y las aportaciones, citadas, de Cresswell y Kellerman, respecto a la momentaneidad de las relaciones en la red-informática, nos permiten acotar la identidad de territorio turístico conceptual.
Así, Territorio Turístico Conceptual se ajustaría a la idea de marco conceptual donde se plantea y desarrolla la actividad turística; comprendiendo los actores que se movilizan, (viajeros y ofertantes), las variables (coyunturas,…precios,…modas) y su configuración en malla a través de nodos (puntos de enlace con otros, y otras escalas), arcos (relaciones biyectivas, entre nodos interactuando,) y supernodos (relaciones con otros territorios turísticos conceptuales, pertenecientes a escalas distintas).