Cambiar los partidos para cambiar el País

 

Hace unas semanas Jordi Évole entrevistaba a Macarena Olana. Clara en sus afirmaciones, severa en el lenguaje y comedida, habló sin rubor del culto al liderazgo que ha visto en Vox. Ilustraba un franco cesarismo que, por demás, se asemeja al culto al líder; común en otros partidos por sus estructuras jerárquicas que castigan la crítica e impiden la evolución ideológica.

La moción de censura de Vox-Tamames respondió a esa visión, esperpéntica, de la política como asidero de vanaglorias y vanidades. Las de Vox y las de un voluntarioso Tamames que no ha querido zafarse de su gloria final. Pero todo ese espectáculo, ya no de la moción sino del juego parlamentario, es consecuencia indefectible de unos partidos políticos secuestrados por liderazgos mediocres presos de sus intereses personales. Aunque con notables diferencias.

En el ámbito nacional, tanto formaciones como el Partido Popular y Ciudadanos, en el flanco de la derecha, como Unidas Podemos, por la izquierda, han dado muestras sobradas de cómo líderes “estelares” confiscan la acción política Y, de eso, excluyo expresamente al partido socialista porque ha resultado evidente, por todo lo sucedido desde que Pedro Sánchez fuera defenestrado por un golpe de timón forzado, que la democracia interna funcionó en el psoe por el proceso limpio de aquellas primarias que dio la confianza al actual presidente de Partido y de Gobierno.

El tema de la democracia interna en los partidos y la dedocracia que ejercen los líderes, recuérdese el control férreo de Alfonso Guerra con aquel “el que se mueva no sale en la foto”, muestra hasta qué punto los partidos son responsable de la polarización política que, las encuestas demuestran, es mayor que la polaridad en sociedad. Si no fuera así, no habría necesidad de esas campañas de populismo fakenews por parte de líderes sin escrúpulos que buscan radicalizar las sociedades para manipularlas con mayor facilidad. Véase el ejemplo claro de Trump o de Boris Johnson, que tras haber ganado el Brexit se jactaba de las mentiras que había utilizado.

¿Qué hacer para democratizar los partidos y permitir su evolución ideológica desde dentro? Desde hace años politólogos han planteado la conveniencia de institucionalizar legalmente las tendencias o corrientes de opinión que se dan en el seno de los partidos y que afloran regularmente en sus congresos de final de mandato. Para las jerarquías de los partidos, reconocer tendencias o corrientes internas se consideran como debilitamiento ideológico. Sin entrar en profundidades, aunque es cierto que procesos de crítica suponen abrir el debate sobre ideologías y estrategias, dar cabida institucional a tendencias internas permitiría a los partidos evolucionar; adaptándose a la sociedad que pretenden representar.

Y en esa dirección se reclama, pero con la boca pequeña, una reforma de la ley de partidos en ese sentido de reconocer corriente de opinión, al menos aquellas de cierta solvencia, quizás en un baremo del treinta por ciento, a fin de permitir que las ofertas electorales de los partidos sean más plurales; y que los electores, dentro de su propia adscripción ideológica, tengan capacidad de discriminar su voto.

Una futura reforma electoral que dotara de mayor representatividad a los electores, salvando de entrada la sobre representatividad de la España interior sobre la periférica especialmente en el Senado, podría desbloquear las listas al Congreso para que el elector pudiera marcar orden de preferencia y que, en esas, las tendencia reconocidas tuviera legalmente que estar proporcionalmente representadas.

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