Estos presupuestos pueden abrir una nueva transición

Publicado el 18/11/2020 en Última Hora


Los que están encantados con lo que se viene en llamar el régimen de 78 son aquellas familias, sus descendientes, que ya habían amasado sus fortunas en el franquismo y los que prosperaron a su alrededor en las primeras décadas de la democracia; gracias a esa cadena de favores de connivencia que desde hace unos años estamos descubriendo. Desde la corrupción en el partido popular, que al margen de sentencias judiciales, nadie duda que ha estado favoreciendo el nepotismo en operaciones económicas y políticas de gran envergadura, hasta todo lo relativo a las finanzas de la Corona dan la medida de la corrupción de este sistema que ha estado dando continuidad al postfranquismo desde la transición.


De ahí que no fuera de sorprender la irritación de la ultraderecha de Vox y la alineación del PP, con ellos, cuando el gobierno Sánchez sacó a Franco de su mausoleo y ahora, su tibieza, cuando se está echando a sus herederos del Pazo de Meirás. La verdadera transición, si los conservadores del Psoe no montan otro golpe de Ferraz, se está pilotando ahora.


Hace poco más de cuarenta años todos aclamamos aquella transición porque era el paso necesario para llegar a un estado democrático, aunque supiéramos que aquel cambio se estaba haciendo con claudicaciones, prebendas e impunidades. El franquismo más acérrimo puso todas las dificultades que pudo para evitar el cambio y hubo que satisfacerse ambiciones personales, y gastar mucho dinero en jubilaciones, entre otras, de militares que fueron combatientes en la guerra civil para que no montaran un pollo que malograra el proceso hacia la democracia.


En la trama civil, personas afines a los cenáculos del poder del régimen, había muchos y bien apadrinados por los sables (ruido de sables, se decía, cuando se hablaba del malestar de los militares) que pretendían, a lo sumo, una democracia con limitaciones (sin el PCE ni nacionalismos); porque la democracia, en la España de 1976, solo la querían masivamente una mayoría territorial del Estado frente a otra, que descosida en llanto desfilaba ante el cadáver de Franco.


Hasta bien entrado el siglo y abiertamente hasta 2014 cuando las encuestas, sobre la monarquía y el resultado de las elecciones europeas, hicieron ver a los halcones y sabinas del 78 que había que dar por amortizado a Juan Carlos y, su reinado enterrarlo en los anales de la historia, en España no podíamos desvelar las fantasías que se divulgaron sobre la modélica transición.


Ahora se descubren las cartas ocultas y vemos cómo la estrategia de los tahúres de siempre se centra en magnificar la responsabilidad de chivos expiatorios del pasado. De un lado Juan Carlos, para exonerar y virginizar la figura de su hijo Felipe que, lo poco que ha hecho en política, ha sido para volver a lo mismo que su padre; sin capacidad intelectual para comprender el desafío institucional al que se enfrenta el país: las instituciones y el independentismo catalán. Y sobre Rajoy, otro políticamente inútil, para drenar el pasado corrupto del PP con la misión de blanquear al nuevo PP y salvar al soldado Casado a la espera del desembarco del general Feijóo.


En ese escenario de oposición, incluido Ciudadanos que pretende construir el centro con las ideas del PP y queriendo seducir a los conservadores del PSOE, el gobierno se debate entre gustar a los medios que propiciaron el golpe de Ferraz o la fuerza parlamentaria que le aprobarán los presupuestos si el presidente, como dice que tiene, mantiene su espalda ancha. Posiblemente Pedro Sánchez es el presidente español, desde Felipe González, que tiene más y mejores respaldos en la Europa que cuenta, este es un aval que los suyos no deberían minimizar.

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