No hemos aprendido nada

Hace siete años, cuando estalló la crisis financiera y, más tarde, cuando aquí explotó la burbuja inmobiliaria,  el pánico general nos hizo humildes. Y como el pecador pillado en flagrante acto deshonesto, hicimos manifestaciones públicas de contrición. Nadie asumió su parte de culpa personal, por el contrario, se decía y se sigue diciendo ese mantra tendencioso de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. ¿Todos? La verdadera responsabilidad de todo aquello fue, sin duda, de quienes estaban en la cúspide de las respectivas pirámides financieras, o de los negocios especulativos del suelo, que supieron transmitir el mensaje de que había que endeudarse, facilitándose créditos por encima de garantías razonables. Quienes tenían que velar por la salud del sistema, políticos y financieros, o al revés, grupos financieros y políticos domesticados o ignorantes,  nos transmitían la tranquilidad de que la escalada de crecimiento era real, sostenible; las viviendas siempre subirían de precio y la inmigración aseguraba que siempre habría demanda.

El síndrome de Marbella, el modo de hacer política de aquel Jesús Gil que ganaba la alcaldía por mayoría absoluta prometiendo recalificaciones urbanísticas a la carta, se exportó a la Comunidad Valenciana de Zaplana y Camps. Y a tantas ciudades y pueblos que tienen, ahora, en sus municipios barrios fantasmas, polígonos residenciales fallidos y obras singulares faraónicas desproporcionadas para sus necesidades. El síndrome de Marbella, o del clientelismo político, se parece al de las familias mafiosas que se reparten el patrimonio de los demás, vía el voto de conciudadanos a los que compran con promesas de generosa remuneración.

burbuja

La crisis, más a allá del ladrillo, se acentuó con la crisis financiera en versión doméstica. No se trataba tanto de productos financieros empaquetados con subproductos basura (las subprimes) sino por la corrupción que estaba en la base de muchos créditos sin garantías de calidad y en los subterfugios de ingeniería económica y financiera, para ocultar la apropiación de caudales  indebidos: la crisis de las cajas. El rescate financiero al que se vio sometido España desde finales del 2010 y tras las draconianas medidas de austeridad impulsadas desde Alemania, el país se ha empobrecido sobre un quince por ciento, y el empleo que ahora puede encontrarse, en un porcentaje muy alto no sirve para dejar de pasar privaciones. Se ha quebrado la confianza en el Sistema.

Para otros, la recuperación ha empezado. Los indicadores de la macroeconomía de los que se benefician esa minoría que ha conservado el empleo, funcionarios y capas medias y altas de las grandes empresas notan que su expectativa de futuro es mejor. Los bancos están ofreciendo otra vez créditos generosos; cuando se acude a la ventanilla de la sucursal bancaria, como ocurría antes de la crisis, el director de la oficina ofrece tasar el inmueble un veinte por ciento por encima de la tasación inmobiliaria, y vuelve la generosidad en la financiación ya que la consigna es dar créditos, ganar más en ese diferencial entre el precio del crédito que se da y el que se recibe del crédito interbancario. Estamos fabricando, otra vez, la burbuja.

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