El golpe de estado en Egipto pone sobre la mesa un interesante debate sobre legitimidad y representatividad política. La representatividad en las instituciones de la democracia representativa a través de los procesos electorales; las manifestaciones sociales como un esbozo de democracia participativa y la entidad de unos postulados de mínimos, unas líneas rojas que un cierto estatus de civilización no podrían menospreciar, aportan frentes de discusión futura sobre la esencia de la representatividad democrática que tendrán que abordar los estudiosos de la filosofía del derecho.
En Egipto, el ejército ha protagonizado un golpe de estado porque, sobre el papel, se ha sentido legitimado por manifestaciones de la población ante la política sectaria de los Hermanos Musulmanes (ganaron con el 51 por ciento de los votos) que, gobernando de espaldas a la pluralidad política, impulsaban una involución ideológica contra la tradición occidental de un Egipto secular y de islamismo tolerante.
Los integristas de Morsi, cuyo apoyo electoral está en las zonas rurales y suburbios que sobreviven al margen de los ingresos del turismo y con las regalías de la subvención, han estado gobernando desde la prepotencia y el sectarismo, tolerando casos de linchamientos entre la minoría chií y la población copta (una minoría de nueve millones), animados por sus coaligados salafistas. En plena ofensiva para controlar las principales estructuras estatales, Morsi maniobraba para concentrar en su persona buena parte del poder ejecutivo, legislativo y, también, judicial en un intento de asumir poderes personales, mirándose en los regímenes de Irán o Arabia Saudí.
El expresidente ganó porque había hecho suyas las reivindicaciones, económicas, de la revolución del 25 de enero de 2011: mayor justicia social, mejor redistribución de la riqueza y creación de puestos de trabajo para la juventud, pero Morsi aprovechó su mayoría para desmontar el pacto social y político que habían funcionado con anterioridad. Eso alarmó a la mayoría plural, aunque minoría electoral, animando al ejército a intervenir.