Estampas. El Bar Bosch

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En todas las ciudades existe un lugar de reunión, emblemático, que ha sido referencia y lugar de encuentro para una generación. Era, el Bar Bosch, un sitio de encuentro para un mundillo de perfiles variopintos: de inconformistas y de bohemios, pintores, músicos, actores, y escritores que hoy publican y colaboran en los periódicos. Y, también lugar de cita para estudiantes y adolescentes que buscaban conocer nuevos ambientes, nuevas vivencias o que, simplemente, les gustaba rondar por el centro de una Palma que tenía cien mil habitantes menos.

Lo lugares de la noche, estaban dejando la plaza Gomila, Es Jonquet, os acordaréis de Abraixas, (luego Cerebro…y ahora en ruina cobjijo de ocupas), y el Índigo. Bésame mucho se inaguraba por entonces. Hacia la mitad de la década, la noche, ya había migrado al paseo marítimo: El Victoria y Luna, se llevaban la movidilla. Y los bares de copas estaban entre la zona de Atarazanas, Es Gallet, Sa Gábia, y en la calle Sol, Sa Cova.

El Bar Bosch es recuerdo para la generación de los que ahora tenemos cincuenta o sesenta o pocos más. Antes, estuvieron los cenáculos medioliterários del Moka, y antes las tertúlias de algunas casas bienestantes.

Del Bar Bosch tengo los buenos recuerdos de horas de conversaciones, de polémicas, justo  unos años antes, y un par después, de la Transición. Del tiempo que estuve frecuentando la zona, hasta medediados de los ochenta, me quedo con el recuerdo singular de una noche de junio a septiembre, quizás en el 81 o el 82.

Serían cosa de las once y media de la noche y la terraza, aquella terraza de 6 u 8 mesas, estaban ocupadas. Había tres o cuatro mesas monopolizadas por un grupo grande que aireaba su precupación de dónde podría dormir esa noche. Resulta que eran actores que, al día siguiente, estrenaban en el Principal «Muerte accidental de un anarquista», creo que ésta era la obra.

La compañía La Favorita, por lo que luego me explicaron, se formó con la única intención de representar esa obra se formó por un grupo heterógenos de actores de diversa procedencia que se encontraban nen paro. Entre ellos actores, luego muy conocidos, Rafael Álvarez «El Brujo»Pepe Rubianes que llevaba el antebrazo escaloyado y así, de esa guisa, representaba en la obra el papel de inspector de policía.

Habían llegado por barco y, directamente a preparar el escenario, se les había olvidado buscar alojamiento. Los precios de los hoteles que habían localizado a última hora de la tarde, no venía bien al presupuesto de la mayoría; debían de ser unos quince.  En aquellos días, hacia poco que me había separado y andaba yo un tanto noctámbulo, así dicharachero, ahora no lo soy tanto, y me incorporé a las conversaciones. Como fuera que disponía de espacio en mi casa, y en un estudio que tenía alquilado, les propuse que podían pasar la noche allí…, porque sí sin ningún por qué. Tres, estuvieron en el piso donde yo vivía, y cinco o seis en el otro domicilio en la calle Apuntadors. Al día siguiente, se marcharon a otros alojamientos acorde a sus necesidades y ya no tuve más contacto con ninguna de ellos.

En el Bosch, a partir de las dos y media de la madrugada, sobre todo los jueves y viernes y si la noche no había sido frtuctífera, nos veíamos los de la luna, ojerosos y con ese mal olor de tabaco y reseca de bebidas alcohólicas. Por las mañanas, en el Bosch se tomaban los desayunos tardíos de las 10 a las 11, turnándose clientela, de oficina, empresarios de las tiendas de la zona, algún que otro funcionario del govern comiendo las llangostes  de jamon y queso, o solo queso, o amb tomàtiga restregada i olives. (Es fan amb pa de llonguet; en aquells anys els llonguets els feia el Forn d’es Pont, me diuen per face)

Cuando se realizó la ampliación de las terrazas, y luego la reforma interior, los locales de reunión en Palma ya se habían multiplicado y los diferentes estratos, que coincidíamos allí, se habían repartido hacia otras nuevas centralidades de referencia de la progresía cultural. El ayer, cómo no, destila cierta nostalgia. El ruido en la calle, entrada la noche en la terraza del Bosch, era por conversaciones animadas que sólo interrumpían por el estridente pasar de las motocicletas.

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