Insolvencia de los grandes partidos

Publicado en Última Hora, el 29.10.2014

 

No se descubre nada si se aventura que buena parte del desapego de la sociedad con la política, corrupción aparte, viene por la convicción de que los partidos se han convertido en aparatos para ganar elecciones. Sus programas electorales tienen más que ver con el marketing y las marcas, y eslóganes en función de la coyuntura, que con intereses de la sociedad. Por el contrario, se tiene la sospecha de que los partidos obedecen a grupos de opinión y a idearios personalistas con la connivencia de sectores económicos afines. Se desconfía de sus estructuras organizativas centradas en tener siempre a punto, y lubrificada, la maquinaria electoral y que tapan la discrepancia haciendo del discurso único, neutralizada la crítica, su fortaleza y credibilidad de partido. La supremacía del Líder, sobre liderazgos de opinión críticos, prevalece por encima de la discusión de las ideas, y de los programas, por la fuerza de eso que se llama el aparato, su estructura de poder. Como decía Galbraith en “La anatomía del poder”: “El individuo que acomoda su creencia o expresión a lo que cree que será la voluntad del partido puede, en efecto, ser celebrado como un afiliado fiel, pero igualmente puede ser llamado esclavo del partido”.

 

Se olvidan, los partidos, de orientarse en las ideas y de promover la vitalidad interna, que es semillero de iniciativas con el generoso objetivo de procurar el bien común. Contrariamente, hay una buena dosis de actitudes dogmáticas, e inamovibles, en los partidos que conforman y, aún, consagran utilizando terminología eclesial, preceptos de dogma que se convierten en barreras innegociables impidiendo nuevos enfoques, y que se tiendan puentes de consenso y de permeabilidad con la sociedad. Se lastran los mensajes políticos con discursos escritos para otras épocas y se entorpece el relevo generacional y la renovación ideológica.

Insolvencia de los grandes partidos

De los partidos se echa en falta humildad, voluntad de servicio y moralidad, no solo en el ámbito de las personas sino, también, como colectivo. Siendo asociaciones de interés público, con el alto fin de promover la participación de los ciudadanos en las instituciones democráticas, en muchas ocasiones se han convertido en sociedades de intereses, que han actuado a conveniencia de los poderes fácticos de turno; sean de carácter ideológico, económico o en beneficio de amiguismos, como podría rastrearse tras las privatizaciones de empresas del sector público.

 

La sociedad demanda una reforma profunda para que los partidos políticos se doten de transparencia y permeabilidad, para que sean verdaderos catalizadores de las aspiraciones sociales en su sentido más genuino. Para ello, es preciso que los partidos vuelvan a su diseño originario, de institución de representación de las ideas y participación de los ciudadanos en la tarea colectiva de la organización y gobierno de la comunidad. Es precisa su refundación, repensando su bagaje ideológico y los mensajes que espera escuchar la España de hoy. Una revisión de motus propio, o por una nueva ley de partidos que establezca bases nuevas para su democratización interna y por la que el pensamiento crítico tenga su cuota obligada de representación; evitando que partidos plurales deriven hacia extremismos monocordes.

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