Estimular la economía o más madera que quemar.

Las medidas de confianza financiera que se han puesto en marcha a nivel internacional, en especial por el eurogrupo y el Reino Unido, han tenido un espectacular respaldo bursátil, también, porque cada país actuará según sus propias necesidades internas en la implementación del paquete de garantías, con lo que se transmite claramente que no todos estamos igualmente afectados por esta crisis, ni en la misma medida. Esa especificidad ad hoc, de garantía y compromiso, ha suscitado seriedad y sensatez, al tenerse la convicción de que se quiere ser riguroso en la aplicación de las medidas aprobadas y, con prudencia de bisturí, evitar que puedan redondearse ayudas financieras al estilo de las cuentas del gran capitán, colándose maquillajes destinados a disimular entuertos. Lo prioritario es, ahora sin duda, encarar la difícil situación, pero, sin olvidar que existen culpables cuyos grados de responsabilidad hay que investigar; pues, indudablemente, detrás de una mala gestión de los dineros de la población, sea en/de instituciones públicas o de particulares, siempre hay que buscar responsabilidades civiles y penales, confiscando preventivamente patrimonios, si es el caso, y no aduciendo a la inocente incompetencia para cerrar, tapando, asuntos de seguimiento incómodo. Esta crisis debería servirnos para terminar con la tolerancia del choriceo y para ser más exigente a la hora de detectar, y calificar los delitos causados por las maquinaciones en la alteración del valor de las cosas, y para que los delitos relacionados con la estabilidad del sistema económico tengan la consideración de máxima punidad, de terrorismo si fuera preciso, y no prescriban en el tiempo.

 

En España el sistema financiero, parece, que disfruta de buena salud de modo que las inyecciones de capital financiero, no irían destinadas a tapar agujeros, de cajas y bancos, sino a financiar a las empresas. La pregunta es, si estas garantías se realizan por el sistema financiero al uso, bancos y cajas, ¿cómo se asegura que las empresas reciban las ayudas que necesiten y en condiciones tan favorables como las ofrecidas por el Estado? Y, la segunda, ¿para qué quieren las empresas mayor liquidez? ¿Para fortalecerse ante los tiempos que viene realizando inversiones estratégicas y de futuro, o para financiar planes de contracción y refugiarse financieramente, congelando actividad y con reajustes de plantillas? El mayor activo de un sistema económico, por encima de otros, es su tejido productivo y que, éste, sea capaz de adecuarse a cada situación con los menores costes sociales. Keynes, el economista de la recuperación tras el crac del 29, incidía en las políticas de empleo para estimular el consumo que es el sostenimiento del Sistema. Coherentemente, no debemos olvidar que no solo por cuestiones de responsabilidad social sino también por necesidad de recuperar la vitalidad del mercado, la política de empleo es, debe ser, el sentido de las ayudas financieras a las empresas.

El turismo es un sector económico fiable. Aunque sujeto a los vaivenes propios de la coyuntura económica cíclica y la imprevisibilidad del turista, el Sector es sólido y, aún en momentos de crisis global como ahora, puede ser un excelente aliado para capear el temporal porque, como se ha revelado en estos meses, no todos ni en todos los países se vive igual la crisis económica y financiera. Si los turistas ingleses o alemanes no están en condiciones, cosa que dudo, de pagar sus vacaciones en Baleares, debemos de incrementar la cuota de rusos, asiáticos y otros, con eslóganes, tan atractivos y convincentes, como los que se bombardeaban desde los escaparates de las agencias de viajes de aquí respecto al buen momento que era para viajar a Estados Unidos. No cabe duda que existe un nicho de buen estándar de poder adquisitivo en países emergentes que son mercados que podemos atraer inmediatamente.

El otro sector que no deberíamos dejar caer más es la construcción. Lleva colgado el sambenito de los malos cuando, éste, habría que trasladarlo, para ser más precisos, a las promotoras e inmobiliarias, que han sido quienes han actuado como intermediarios financieros entre consumidor y constructor, que han incrementado plantillas para cumplir plazos muy ajustados y se han cargado con bienes de equipo desmesuradamente. La construcción como es sabido tiene un efecto multiplicador a la hora de ocupación trabajo en sectores interrelacionados.

Mientras haya demanda de viviendas existe posibilidad de crecimiento en la oferta. El quid de la cuestión está en cuál es el precio razonable y qué hacer con las promociones terminadas o por terminar, y no vendidas. Es evidente que las promociones que se han realizado ya estaban sobrevaloradas cuando se proyectaron, desde el precio del suelo a los márgenes de negocio de cada estadio interviniente. La crisis ha puesto freno a la escalada que, por demás, ya mostraba su agotamiento al haberse enloquecido el mercado con precios imposibles, y esta vuelta a la cordura es buena, para evitar aún peores situaciones que son posibles. En este contexto nadie comprende que si los inversores bursátiles están perdiendo del orden de20 a 30 por ciento de lo invertido, por qué regla los implicados en el negocio inmobiliario han de tener la bula de la inviolabilidad y no puedan ajustarse al mercado, aunque detrás estén Cajas y Bancos, que tiene necesidad de limpiar sus trastiendas. Sería cuestión de promover la concentración de empresas y la promoción de nuevas, quizás con tutelas de gestión y apoyo institucional, a fin de reabsorber el paro creciente, en la convicción evidente, que no se trata tanto de rebajas fiscales, que bajan las recaudaciones, como de incentivar la economía real que es la que produce retornos sociales y fiscales, vía consumo y rendimientos del trabajo.

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