El primero comprueba cómo su discurso neofranquista (revindica la ideología preconstitucional) tiene un auditorio enorme en una España dividida entre quienes siempre han legitimado el golpe del 36 y quienes lo condenamos sin ninguna duda.
La transición no fue fruto de un consenso libre sino que se hizo desde el miedo a los militares. Así se explica que no se atreviera a tocar los intereses de las familias del Régimen, desmontar los clientelismos estructurales, ni a condenar la dictadura. Para el franquismo, aquella fue una transición de realismo sin convicción. Refugiados en el PP, ahora han vuelto con marca propia.
Por su parte, los populares, huérfanos de su electorado más genuino, busca convencer a unos y otros de que es el mismo de siempre y que no hay razón para irse con Vox. Perdidos los electores de la resiliencia franquista, el PP trata de no perder su espacio de comodidad volcándose en el miedo de los jubilados; que creen que la derecha protegerá mejor sus pensiones disculpando, incomprensiblemente, la política de recortes y el abandono del gobierno Rajoy.
Para Vox estas elecciones mostrarán su mapa de poder para tejer su estrategia de cara a las autonómicas, y el PP busca no descolgarse, para no quedar desprotegido ante el tirar de la manta de la corrupción que aún queda por destapar.
Del partido popular hay que decir, con sentencias judiciales, que el dinero de la corrupción permitió campañas políticas intensas, como las de la mayoría absoluta de Aznar o la de Matas en 2003. Una campaña, esta, agobiante con grandes carteles de rostro; presentismo de imagen como las de los estados autoritarios, que le dio mayoría absoluta y abrió la barra libre del mayor saqueo de lo público que Baleares ha conocido en tiempos democráticos.
La mayoría absoluta de Aznar, en 2000, por su parte, con privatizando de empresas públicas a favor de sus amigos y su política de recentralización, están en la raíz de los expolios posteriores y en la pauta de sucesos que concluyó con la deriva independentista en Catalunya.
La corrupción tuvo efectos perversos marcando el rumbo de los acontecimientos políticos que son imposibles de retrotraer al pasado. La vida no va hacia atrás y las consecuencias de malas decisiones, de políticos ingenuos o de criminales convictos, nos afectan a todos en el futuro.
De Ciudadanos, el tercero en ese club de derechas, cabe preguntarse ¿quiénes están detrás? Si el neoliberalismo de cuño anglosajón, privatizador del estado de bienestar, o el postfranquismo sociológico que busca una nueva etiqueta modernizadora con que encarar los nuevos tiempos, desmarcándose de viejas nostalgias. Lo que sí se percibe es que, aún son pocas, ya han apareciendo irregularidades impropias de un partido renegador que aspira a sintonizar con la modernidad y el tono ideológico del futuro. Entre sus filas, ya afloran disidencias entre los generadores de Fake News, Rivera o Arrimadas, pillados en mentiras flagrantes, y los, intelectualmente serios, Luis Garicano, autor del programa económico, o Manuel Valls, europeo también en maneras y estilo, y los afectos del presidente francés, Emmanuel Macron que ha pasado de apoyar al hiperactivo Rivera a acercarse a Pedro Sánchez.
¿A quién votar para no volver al pasado? Los electores de los partidos sin posibilidades tienen la ocasión de corregir la incapacidad de sus dirigentes y actuar a la altura de la trascendencia de estas elecciones, las más importantes desde que España entró en el club de las democracias. Los partidos de militancia no tienen voto oculto. Las malas decisiones pasarán factura.