La Semana Incendiada

Desde que se hizo público la sentencia del Procés Catalunya, Barcelona en especial, es un hervidero político que tensiona la campaña electoral, y se ha convertido en su elemento determinante, que acabará por empañar la buena estrella que ha protegido a Pedro Sánchez. Contestado desde dentro, si no se cumplen sus expectativas el 10-N, el presidente en funciones puede estar tentado de renunciar al liderazgo histórico que se le reclama y acabe por pactar con el partido popular, y tengamos una legislatura bis de la anterior pero con mejor maquillaje.

Esa habrá sido la gran aportación de la inutilidad política de Torra, incapaz ya de contenerse a sí mismo pero con el saldo, bien interesante, de haber clarificado el espacio independentista entre los incondicionales de Puigdemont, y excluyo a buena parte del PDECAT con Mas a la cabeza, y los de Esquerra, que ahora hacen hincapié en el soberanismo que, implícitamente, abre la puerta al federalismo.

En efecto, porque el marco federal es, esencialmente, una técnica política de cosoberanías entre las competencias exclusivas de los estados o comunidades federadas, la propias que inciden directamente en la ciudadanía, y las del Estado federal, aquellas de ámbito internacional y las que articulan y conforman la realidad de estado.

La semana de incendios provocados por minorías folloneras del independentismo radical más reactivas, antisistema y del submundo marginal de los “ocupas” que de ideas o proyecto de futuro, ha tenido como resultado beneficioso que han sido aislados socialmente de las mayorías pacíficas independentistas, soberanistas o nacionalistas que se medirán electoramente el 10-N.

Y estos días de disturbios y vandalismos, sobre los que hay que exigir dureza en su causa penal, tiene de rebote la buena consecuencia de haber relajado la Ciudad sirviendo como catarsis colectiva después de dos años de tensión contenida.

Se sabía que una sentencia dura provocaría una respuesta sonada, no en vano los encausados actuaban en nombre la mitad del cuerpo electoral (2.300.000 votaron el uno de octubre, sobre 4.392.891 de votos emitidos en las elecciones catalanes del 21-D, las del 155), por lo que a nadie sorprendió las movilizaciones aunque quizás sí los vandalismos que Torra y otros tratan de minimizar.

Con estrategias de kale borroka planificadas al detalle, la contestación de mossos y policía ha sido contundente y, seguramente, proporcional en algunos puntos y con excesos en otros. Testimonios dicen de cargas indiscriminadas y la alerta social no puede despreciar el riesgo de que se tire por elevación y de todo esto resulte una restricción preventiva de las libertadas de expresión.

 

El domingo hubo, en Palma, una marcha en contra de la Sentencia que reunió cinco mil manifestantes, nueve mil según la organización. A eso de las 20:15 pasaba por el Born en dirección hacia un concierto de órgano en la Catedral y me crucé con manifestantes que volvían de la concentración en Consola de Mar. La normalidad era absoluta y, sin embargo, un helicóptero de la policía no paraba de realizar pasadas hasta, al menos, las nueve menos cuarto cuando entré al concierto. Pues bien, a mí me molestó y me inquietó ese helicóptero que ya sin motivo con el característico ruido tenía el efecto de inquietar e intimidar. ¿Es así cómo debe actuarse? ¿Se trataba de amedrentar preventivamente? Si ubicara ese escenario en Barcelona en plena marcha de protesta pacífica, sin duda, me irritaría e interpretaría que se estaría tratando de infundir miedo para que los manifestantes renunciaran a su derecho de libertad de expresión.

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