La escalada de la tensión por la detención de los Jordis, contrariamente a las previsiones de los independistas, no se ha traducido en mayor apoyo electoral. La encuesta publicada por El Periódico de Catalunya, realizada por GESOP que en 2015 acertó plenamente al cuantificar la mayoría de gobierno en la Generalitat, muestra que el bloque independentista obtendría 73 diputados; Ciudadanos perdería 3 o 4 escaños por uno el PP; mientras que los socialistas ganarían cuatro o cinco. En cuanto a los votantes, la actual mayoría subiría solo una décima, del 47,8 al 47,9 por ciento de votos, en tanto que el PSC incrementaría su votantes en un porcentaje similar a los que obtuviera Unió, el partido de Duran i Lleida, en 2015.
La conclusión, a falta del próximo sondeo tras el 155, es que el independentismo puede haber llegado a su techo. El votante se da cuenta que el único aval que posibilitaría una Catalunya independiente sería el de la Unión Europea. Al no ser así, y ante la perspectiva de quedar fuera de la zona euro, las empresas que tiran de la economía catalana, multinacionales exportadoras y aquellas otras de menor tamaño que dependen del mercado español, han sido obligadas por la presión de sus accionistas a buscar seguridad jurídica y ante el temor de ser, demagógicamente hay que decirlo, tildadas de independentistas buscan domiciliarse fuera de Catalunya.
El PDeCAT, el partido del president Puigmedont, debería de tomar nota del desastre que puede llegar y atajar esta deriva, de mayoría exigua, antes de que se produzcan daños irreversibles que no por manidos y anunciados revisten menos gravedad. La ciudadanía catalana, al margen de manifestaciones y malestar por el desprecio del gobierno del partido popular, por esa cualidad de dinamismo empresarial tiene la claridad de percibir cuándo un empeño es inviable. La sabiduría de las sociedades mediterráneas, experimentadas en intercambios económicos y en relaciones comerciales, avistan con rapidez cuando un obcecación no tiene recorrido. De modo que, visto el desarrollo de los acontecimientos, es hora de trazar otra hoja de ruta que eliminando las arrogancias extremas, como se hace en negociaciones más modestas como en los conflictos laborales, concilie las mayorías de una y de otra parte.
En el partido de Puigdemont se dejan oír voces discordantes con el entreguismo al radicalismo de la CUP y d’Esquerra que, de otro lado, no tienen demasiada solvencia en verdaderas responsabilidades de gobierno. La CUP estaría cómoda en un escenario de barricadas como otra Setmana Tràgica. Los de Esquerra, con el bisoño y descorazonado Junqueras al frente, buscan el calor de sus adeptos habiendo ya perdido el liderazgo de País. Toca al equipo que lidera Artur Mas tirar de seny, y de firmeza, y asumir la responsabilidad de enderezar el desboque político.
Resulta urgente, muy urgente, el pragmatismo político y hacer política de estado. El peor escenario para Catalunya sería la suspensión de la autonomía porque su estructura funcionarial, su estructura social y económica no lo soportaría. Y unas elecciones convocadas por el 155, que solo sería a condición de un clima de normalidad ¿a qué se referiría Rajoy?, pueden ser un hachazo, quizás por décadas, al soberanismo y un retroceso histórico.
La alternativa inteligente sería convocar elecciones antes de viernes. Si se quiere, con un leve manifiesto que, sin declarar la independencia, prolongara sine die la suspensión actual a la espera del nuevo veredicto de las urnas.