La globalización salvaje nos aboca al desastre.

Hace veinte años el liberal conservador, artífice de las doctrina Reagan, Francis Fukuyama, publicaba “El Fin de la Historia y el último hombre”, una ampliación del “El Fin de la Historia?” (1989), ensayo publicado en el momento sociopolítico de la caída del Muro de Berlín, el desplome de la Unión Soviética y la falta de un liderazgo antagonista al de Estados Unidos. Su tesis principal defendía que el modelo ideológico y político occidental, la democracia liberal, sería tenido como aspiración política por la gran mayoría de los estados, y que el modelo acabaría imponiéndose a toda la humanidad. En ese contexto, la globalización suponía un poderoso aliado estratégico para desarrollar las economías de países emergentes e integrarlas en el mercado mundial.

En plena crisis, desde el punto de las líneas precedentes, ya hay serios argumentos para cuestionar la tesis democratizadora que ha justificado moralmente la globalización económica y financiera, porque nada hace suponer que la democracia liberal, democracia representativa y de libertades, vaya a extenderse más allá de las fronteras que coloquialmente conocemos como países occidentales. Ni la superpotencia China, avanza en las libertades políticas, ni los países islámicos, más allá de retóricas, parecen aspirar a modelos de libertades individuales y políticas similares a los nuestros. El saldo, al día de hoy, dista mucho de las expectativas de antaño.

Hemos estado transfiriendo recursos económicos y financieros a países que practican el dumping social (bajos salarios y jornadas de trabajo propias de la primera revolución industrial), con el resultado de una balanza comercial cada vez más negativa a la par que se desmantelaba nuestro tejido económico y social. Mientras, países exportadores industriales, en especial China, con un artificioso cambio de divisa bajo, ha acumulado ingentes sumas de recursos financieros que ahora son la salvación de economías endeudadas. Ante esta situación, especialistas reconocidos albergan serias dudas sobre la bondad de esta  globalización salvaje que ha empobrecido a los países occidentales, situándolos a merced de las prácticas oligopolistas (de brokers de Wall-Street y la City), con la coartada de potencias económicas, grandes y medias, y de paraísos fiscales que se benefician de este escenario de miedo.

Hace unos días, el economista Nouriel Roubini escribía “sobre el riesgo de un fracaso sistémico y un desplome del mercado global con una debacle financiera” que aboque a una depresión mundial de incalculables consecuencias. Ante esto, es preciso tomar medidas serias y valientes, de riesgo sin duda, exigiendo retornos (tasa Tobin y similares) a que quienes pretendan vender sus productos, financieros o industriales, en nuestros estados. No se trata de un neoproteccionismo, sino de racionalización. Si el sistema no es capaz de reinventarse, como lo hizo en el pasado, el colapso o el neocolonialismo de los mercados será inevitable.

(Publicado en Ultima Hora, el sábado 4-Febrero-2012)

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